17/3/08

La escritura como pasión: "Espinosa, la novela como creación poética"

Por José Chalarca

De un suceso histórico, la toma de Cartagena por Jean Bernard Desjeans, barón de Pointis, ocurrida en el mes de abril de 1697, toma pie Germán Espinosa para escribir una gran novela La Tejedora de Coronas.

Espinosa inicia su novela con la presentación de la vida tranquila en la Cartagena colonial, de dos familias de pro: los Alcocer y los Goltar, vista con los ojos de una muchacha que contempla ante el espejo las primicias de la femineidad que empieza a emerger en las formas de su cuerpo, Genoveva Alcocer y quien narrará en primera persona todos los sucesos de la novela.

En el contrapunto está Federico Goltar, adolescente también, cultivador de la astronomía, quien será el gran amor de Genoveva. Por ella y en su honor, Federico nombrará con su nombre —Genoveva—, un planeta nuevo que ha logrado descubrir con su telescopio y a ella sólo confía el hallazgo que no puede comunicar a nadie más por la acechanza del Santo Oficio.

Espinosa tiene una manera singular de encadenar los hechos múltiples que jalonan la novela. Genoveva Alcocer, la narradora, cuyo nombre significa tejedora de coronas, aparece sentada ante un auditorio invisible para urdir ante sus ojos abismados las hebras infinitas con las que teje y colora el tapiz magnífico de su historia.

Pese a las casi 400 páginas en las que se da cuenta de más de 80 años de historia que no concluyen, cuya terminación queda librada a la fantasía del lector, el novelista, con gran maestría narrativa, nos hace sentir que todo ocurre de un solo tirón de relato.

No hay en el texto más puntuación que las comas, recurso éste utilizado con efectividad porque de él surte la fluidez, la continuidad ininterrumpida del relato.

Genoveva aparece como la personificación de la lucidez. Del sentido común. Frente a Federico ganado por la fantasía y el ensueño, que con ingenuidad de niño ve en los piratas la posibilidad de evadir los límites estrechos de la colonia para llegar hasta la tierra prometida de Francia y estudiar allí sin limitaciones, sin temores, sin premuras el universo de los astros, Genoveva es el sentido de la realidad, que percibe la terrible verdad que los aguarda.

Espinosa mantiene con acierto el suspenso. Desde las primeras páginas anuncia lo que va a suceder, plantea lo que constituye el nudo de la obra y capítulo tras capítulo, va acumulando situaciones, avanzando matices que sólo alcanzan su contorno definitivo en las últimas páginas del libro.

Con esta Genoveva medio bruja, medio sibila, medio vidente, medio ninfomaníaca, pero mujer total, Espinosa nos lleva a recorrer la Europa sacudida por las revelaciones de la Ilustración, entusiasmada con el estudio de la naturaleza, estrenando un sentimiento nuevo que le hace tener conciencia de la humanidad como de ella misma en la realidad de sus aciertos y de sus torpezas. Desconfiada de la historia y con una concepción de Dios en la que sólo se le permite la función de creador o primer motor de la existencia.

En esta Europa, Genoveva Alcocer, de belleza exótica y sexo generoso, peregrina por los lechos de los hombres de ciencia, incluido el gran Voltaire; participa en sociedades secretas cuya misión es catequizar en los principios de la nueva ciencia, penetra en los recintos del Vaticano para hablar con el Papa y llega en su itinerario hasta los confines de la Santa Rusia. Todo sin dejar de ser ella misma y sin perder contacto con su querencia la Cartagena violada, saqueada, ensangrentada por los piratas, confundida en su conciencia y en su carne por los arrebatos de la Inquisición.

En la Europa del siglo XVIII Genoveva aprendió que: la creación, el universo, es una escritura críptica que debemos descifrar antes de llegar a convertirnos en dioses, estamos escritos en un texto divino donde se confunden presente y futuro, ya que de cierto modo, el futuro ha ocurrido tanto como el pasado, sin que ello deteriore nuestro libre albedrío.

Este saber es el que quiere transmitir a su gente de Cartagena y de todo el mundo nuevo aherrojado por las cadenas oscurantistas de la política colonial. Ello porque tiene la conciencia de que uno empieza a ser un cadáver cuando ya no puede ofrendar su recuerdo sino a las tumbas.

Luego de convulsionado periplo, Genoveva Alcocer regresa a su Cartagena y encuentra que hay en ella terreno fértil para dejar caer las semillas del saber que recogió en su travesía por tantas tierras, de su yacer en tantos tálamos que le brindaron la oportunidad de conocer en la fuente y en el reposo del ejercicio amatorio, toda la verdad que guardaban sus amantes.

Llega a Cartagena con la belleza del cuerpo marchita de tanto transitada pero no se amilana, no se acongoja, porque la alienta la convicción profunda de que la única belleza que es posible conservar es la espiritual y ello a condición de no hacer demasiadas concesiones a los demás precepto que ha cumplido con rigor.

Genoveva asiste, ya en los últimos ester-tores de la novela, a la ejecución de la bruja de San Antero, condenada a instancias del Santo Oficio. En este acto y mientras uno espabila, el autor con mano diestra confunde ante el lector los papeles y como por un ensalmo de prestidigitación, Genoveva es la bruja de San Antero que se quema en la hoguera, pero es también y a la vez la Genoveva Alcocer que remata el cuento de su aventura. Es algo similar a lo que ocurre con Gian Pier Francesco Orsini, el duque de Bomarzo, en la novela magistral de Manuel Mujica Lainez.

¿Muere Genoveva? Yo creo que no, porque Genoveva es esta América nuestra, de piel cetrina, crisol de razas que busca todavía su identidad, que está en el camino de definir las proporciones de su alma, de trazar la fisonomía de su espíritu, de fijar los rasgos de su personalidad.

Hay en esta novela de Germán Espinosa, todos los elementos que se requieren para lograr las obras maestras en su género: historia, fantasía, suspenso. Contiene pasajes de un lirismo estremecedor y el lenguaje que la confecciona está matizado del más encendido color poético, para el que aplico la exclamación que el autor pone en boca de Genoveva: qué decir de los narradores, a quienes nadie ha llamado poetas, pero que son a veces más poetas que los poetas.

Creo que esta novela de Espinosa, no tiene parangón en la novelística colombiana y que sólo admite comparación con dos grandes muestras en su género dentro de la literatura hispanoamericana: Bomarzo y El Siglo de las Luces y no vacilo en afirmar que ella es la mejor, la más lograda, la más bella que se ha escrito en Colombia en los últimos veinte años, después de Cien Años de Soledad.