17/3/08

Leonel Góngora: Su itinerario vital

Leonel Góngora: "La Reina de Corazones"

Conocí a Leonel Góngora por la gracia de Eduardo Ramírez Castro. Eran amigos de muchos años atrás, desde 1951, cuando se encontraron en la Escuela de Bellas Artes de Bogotá, Ramírez Castro venía de Aranzazú, municipio colgado en las breñas del norte de Caldas, y Góngora de Cartago en el norte del Valle que, por efectos de la colonización antioqueña, estaba más cerca de Caldas, de Manizales, que de Cali. Góngora no llegaba a los 20 años (nació un 19 de diciembre de 1932) y Ramírez Castro, estaba por los 24, pero las circunstancias de su cultura, de su formación y de la época en que les tocó vivir, los había situado en el solar de una madurez prematura.
Góngora se fue a los Estados Unidos al año siguiente, 1952, para continuar estudios en la Escuela de Bellas Artes de la Universidad de Washington, en Saint Louis (Missouri). Ramírez Castro se quedó en Colombia para trabajar calladamente en su obra, primero en Manizales y luego en Bogotá, hasta morir tan ignoradamente como vivió.
Los años de estudio en la Universidad de Washington fueron definitivos para la orientación de su tarea creativa. Allí fue discípulo del pintor expresionista alemán Max Beckman y del también pintor alemán Werner Drewes, vinculado al movimiento de la Bauhaus.
Otros de sus profesores fueron el maestro William Fett que militaba en las toldas del surrealismo y Philip Guston quien le transmitió las teorías y conceptos del Expresionismo Abstracto. A la formación universitaria hay que agregar el clima cultural que se vivía en Saint Louis, patria del poeta T.S. Eliot, del dramaturgo  Tennesse Williams y del novelista William Burroughs.
El contacto con estos maestros, las vivencias de Saint Louis, con ese rico sabor del siempre conmocionado y conflictivo sur estadounidense y el no mucho menos rico bagaje emocional que llevaba de su suelo nativo signado por una violencia inmisericorde fueron, sin duda, factores condicionantes de la orientación de su obra pictórica y de su concepción del papel del artista, del creador; de su responsabilidad y la de sus creaciones con el mundo que debía enfrentar.
Pero los estudios de Góngora no concluyen con la finalización del ciclo universitario porque para él, como para todo creador, nunca se acaba de aprender y la escuela, la escolaridad, solo termina con la muerte. Por eso, ganado por su apetito desmesurado de conocimiento y acompañado de su primera esposa, la pintora italiana Vita Giorgio, emprende, en 1949, una peregrinación por Italia. Allí hace contacto con los pintores Carlo Levi y Renato Guttuso. S periplo por Italia le sirve para estudiar en profundidad el primer renacimiento en la obra de sus más grandes representantes: Cimabue, Giotto, Mantegna, Bellini, Crivelli y otros y este estudio le permite afirmar su concepto sobre la forma. También dedica especial atención a la obra de Michelangelo Merisi, el Caravaggio, de quien le atrae particularmente su manejo de la luz.  
De Italia regresa cargado de emociones y experiencias plásticas. Se detiene brevemente en Nueva Cork para seguir luego a México a donde llega en 1960. En la capital azteca se encuentra con un grupo de intelectuales y pintores comprometidos en un movimiento cultural que busca darle un nuevo aire no solo a la pintura, sino a toda la actividad creadora de ciudad de México. Los pintores, inscritos en el figurativismo mexicano, son: Corzas, Icaza, Sepúlveda, Belkin, Cuevas, Muñoz, Medina, Gironella y Ortiz. Con ellos y trabajando hombro a hombro, hacen surgir un neofigurativismo que por su fuerza y consistencia logra el reconocimiento internacional que se distingue con los nombres de Interiorismo, unas veces, Nueva Presencia, otras.
El talento pictórico de Góngora, su identificación con los propósitos y objetivos de los artistas mexicanos, la personalidad, el vigor y la proyección de la obra que crea dentro del proceso de estructuración del nuevo movimiento plástico, hacen que los entendidos y la crítica mexicana lo consideren como un coterráneo, más aún, como un exponente destacado de la pintura mexicana.
Sobre la pintura de Góngora en esa etapa escribe Shifra Goldman en su libro Pintura contemporánea mexicana en un periodo de cambio, publicado por University of Texas Press Austin y Londres: "...Este aspecto de lo erótico en su arte fue discutido con Góngora no solo por ser su tema central sino porque era una nueva salida en el arte de México el cual no tenía una historia de arte erótico; excepto por un breve período del simbolismo (Del cual Julio Ruelas fue un exponente destacado), hay poco en el arte mexicano de temas orientados hacia lo sexual.
"Los desnudos no están ausentes y ellos aparecen en pintura mural y de caballete desde el siglo XIX, pero raramente estas pinturas llevan la carga erótica que tienen las mujeres de Góngora. La mayoría de las veces son históricas como en la Malinche de Orozco; en metáforas como en las Durmientes y Fértiles Madres Tierra, de Rivera en Chapingo; o simbólicas como en los torsos desnudos de la liberación de Siqueiros en su mural la Nueva Democracia. Entre los contemporáneos de Góngora a las imágenes de desnudos o de mujeres (con excepción de Corzas), también les falta una connotación sexual aunque la sexualidad puede ser sugerida negativamente. Las prostitutas de Cuevas y de Icaza, son imágenes de decadencia como en Orozco, mientras que en las Mireyas y Sonias de Cuevas, son Magdalenas, producto de fantasías infantiles, sus otras mujeres son monstruos. Beikin idealiza a sus amantes hasta el punto de la asexualidad, ellas son más la incorporación de ideas que hombres y mujeres de carne y hueso. Coronel, Muñoz, Sepúlveda y González crearon tipos de la clase pobre y trabajadora en los cuales el sexo es un género o una función, mientras que en Ortiz sus imágenes como juguetes no sugieren un interés en el erotismo".
La década de los sesentas es particularmente activa y rica en sucesos para la vida artística de Góngora. Entre el 62 y el 63 crea las series Los brujos en la que según Goldman, “Góngora hizo como 50 dibujos usando tintas de colores, colores acrílicos y ceras... El brujo con su enorme sombrero como un halo (mándala de poder), está dibujado con precisión renacentista flamenca y colocado frente a una figura femenina parecida a un esfinge amada e idealizada, ilusión inalcanzable”. Y Colombia mitad de siglo, son cuerpos vivientes sobre los que se actúa sin ninguna resistencia, sin dar siquiera la pista de quien es su agresor, esta es la declaración de un individuo acerca del tormento interior. Y una carpeta de dibujos: La guerra y la paz. Además participa en la exposición El nuevo humanismo en el dibujo de Italia, Estados Unidos y México, que se realiza en la galería de la Academia de San Carlos en la que, junto con los pintores mexicanos de Nueva presencia, están los pintores estadounidenses Leonard Baskin y Rico Lebrun y los italianos Ugo Attardi, Renzo Vespignani y Renato Guttuso.
También en 1963 cuelga una exposición individual en la Galería Cober de Nueva York y se vincula como profesor a la Universidad de Massachusetts, en Amherst.
Parece que el destino hubiera condenado a Leonel Góngora a la transhumancia. Aunque su residencia por razones de trabajo estaba en las vecindades de la Universidad de Massachusetts, aprovechaba todas las oportunidades que le daban los horarios de clase y las temporadas vacacionales para viajar, no tanto por los viajes en sí mismos, sino para ganar experiencia, enfrentar nuevas vivencias, pulir su oficio, enriquecer su temática, confrontar su quehacer pictórico y actualizar su saber.
Desde el año de su partida en 1952, no volvió a Colombia sino hasta 1963, cuando, por invitación de Marta Traba, directora del Museo de Arte Moderno, colgó una exposición en sus muros.
Este primer retorno inauguró sus venidas regulares al país para aprovechar la pausa que le ofrecían las vacaciones de verano y que le permitieron, pese a su residencia en el exterior, mantener un contacto permanente con la realidad colombiana, tanto en el campo político, económico y social, como en el de la cultura y la plástica en particular.
Pero quizá el aspecto más relevante de las estancias de Góngora en Colombia es el de que al pintor le sirvieron para mostrar su obra y para mantener al mundo de la plástica local actualizado e informado de los últimos sucesos del arte en las más acreditas plazas de la vanguardia en el arte continental: Nueva York y México.
Esta interrelación continua y continuada de Góngora con el acontecer, el pensar y el sentir colombiano y el gran mundo del arte, fue como un camino de doble calzada por el que los artistas colombianos se relacionaron con las vanguardias y el universo de la plástica internacional supo de los movimientos de la pintura en Colombia.
Del 65 al 69 Góngora se mueve constantemente entre México y Estados Unidos. Abre un taller en Ciudad de México, en vecindad de los de Francisco Corzas y Paco Icaza. Crea con Arnold Belkin, Salvador Elizondo y Tedy Maus la Galería Sagitario. Participa con obras como El Poder y la Gloria, Galería de Gente Pública, Hay Tres Poderes Tres Fuerzas, el Ángel en el Elevador y otras más en la exposición colectiva Confrontación 66 organizada por Jorge Hernández Campos, Director de Bellas Artes.
En el año 67 expone en la Galena Sagitario su serie Consideraciones sobre el Amor y la Violencia. Al año siguiente participa en la fundación del salón independiente que se abre en ciudad de México para protestar contra el arte oficial. En 1968 surge el Pintor Secreto que, como los heterónimos en Pessoa, se constituye en personaje clave de su tarea plástica. Otro hecho importante en la evolución artística de Góngora que tiene suceso en el 68, es la creación de los performance, como formas alternas de expresión pictórica.
El año 69 no es menos rico en sucesos. Muestra en la galería Pecanins de ciudad de México su ambientación: de la serie del Pintor secreto y en el salón independiente la ambientación, La Maja semidesnuda. A finales del año cuelga la exposición Historias en la galería Boris Mirsky de Boston, cuyo catálogo en blanco y negro escandalizaría, todavía hoy, a más de uno.
La década de los setentas está igualmente colmada de sucesos plásticos entre los que hay que destacar la muestra de su ambientación y serie La Vida Onírica y Nunca Revelada de la María en la prestigiosa galería Lerner Misrachi de Nueva York y su participación en la exposición surrealista Inner Spaces, Outer Limit en la que le acompañan Masson, Marcel Duchamp, Belmer, De Chirico y Rene Magrite, que se hizo en la galería Lerner Heller, también en Nueva York (1971-1972)
Góngora no descansa. Ya sea en su casa, que Terry Allien describe: "En la cima de una elevada colina de Pelham Massachusetts, con una bella vista sobre los bosques que la rodean, se halla el estudio del artista colombiano Leonel Góngora. Dentro del estudio el visitante se encuentra con una muestra deslumbrante del trabajo del artista, fruto de una brillante carrera que abarca los últimos 25 años". O en el cuarto de hotel o en la casa de sus amigos, siempre trabaja. Yo personalmente le ví preparar exposiciones en la casa-taller de Eduardo Ramírez Castro, donde casi siempre se hospedaba cuando venía a Bogotá o en el apartamento de Alberto Suárez Casas, quien llegó a ser uno de los más grandes coleccionistas de su obra.
En el curso de los años 73, 74 y 75, Góngora despliega una actividad maratónica: Participa en la colectiva Voces de alarma, al lado de importantes pintores neoyorquinos. Sale su libro Prisioneros de sus pasiones que le da para exponer simultáneamente en las galerías Springer de Berlín y Lerner Heller de Nueva York.
Sobre el trabajo de la serie Prisioneros de sus pasiones, el importante crítico Barry Schwartz escribió en su libro el Nuevo humanismo, Arte en un tiempo de cambio, publicado por Praeger Editores 1974 Nueva York-Washington: “La serie Prisioneros de sus Pasiones es inquietante para muchos espectadores porque su desatada sexualidad se piensa que es más ofensiva que las más violentas formas de esclavitud humana. Góngora ha creado un cuerpo de trabajo que comprende una iconografía diversa y extremadamente personal que adquiere universalidad mientras que simultánea y específicamente constituye una crónica, adentrándose en la cultura latinoamericana.
"Su sensitiva línea nos presenta un mundo poblado de figuras -inocentes pero programadas- que luchan por encontrar el cúmulo de los momentos del placer en un mundo desierto. En una sutil y única relación con el espectador, las víctimas comunican su acusación silenciosa; y los prisioneros, la apasionada amplitud de su humanidad".
Ese mismo año (1973), tiene lugar una de las exposiciones más importantes en la carrera de Góngora: La Hipocresía o el Gobierno del Cuerpo que fue colgada en el Palacio de Bellas Artes de Ciudad de México y en la que están las ambientaciones La María, La recámara amorosa y los ambientes de verdad, muestra que lleva a decir a la crítica mexicana Raquel Tibol: "Maestro del dibujo, colorista de gran frescura, el arte para él es un instrumento, quizá el más idóneo para revisar los valores culturales heredados. Se expresa en lo visual y a veces con la palabra. Sus prosas poéticas y sus poemas son más transparentes o más comunicativos que sus figuraciones, en donde elabora un lenguaje críptico, de apariencia irreverente a veces hipererótica otras, para expresar su desacuerdo con modelos culturales, cargados de hipocresía que han provocado por centurias la deformación de sentimientos, instintos, relaciones. No fue casual que su exposición en la Sala Verde del Palacio de Bellas Artes, celebrada en 1973, se haya titulado la Hipocresía o el Gobierno del Cuerpo. Todo lo que allí se reunió, que eran muchísimas cosas disímbolas, buscaba comunicar al público sensaciones desconcertantes ya fueran irreverentes o contestatarias, desde la modelo desnuda encerrada en una caja negra con mirilla, hasta el zapatero remendón instalado con todos sus tiliches, o la cama verdadera con el maniquí correspondiente al personaje María de la novela de Jorge Isaacs, y dibujos mostrando amores mórbidos o el propio artista autorretratándose con trajes de otros siglos aunque mirando fijamente al presente."
Entre los años 74 y 80, Góngora produce la serie Nynpholeptic manikins, presenta su obra en la Cuarta Exposición Británica del Grabado; va a la III Bienal Internacional de Wissemberg en Alemania; cuelga exposiciones en Bogotá, Caracas, Nueva York y Bruselas. En Nueva Jersey participa en una exposición titulada Panorama del Arte Latinoamericano Contemporáneo que se colgó en el Museo del Estado y de la que hicieron parte también Fernando Botero, Alejandro Obregón, José Luis Cuevas, Belkin, Abularach, Omar Rayo, Fernando de Szyslo. Participa en la III Bienal Americana de Artes Gráficas del Museo La Tertulia de Cali, (1975) Hace parte de la exposición Raíces antiguas visiones nuevas que recorre por varios años distintos museos y universidades norteamericanas (1977). Conforma con varios de sus alumnos: Christin Couture, Pamela Graven, Susan Roy y Margaret Sakman el grupo Eureka que crea los performances El bolero vivante con las ninfas de los prados y la presencia del pintor secreto, Salomé, La lección de anatomía del doctor Tulp que presentan en universidades de Massachusetts, Nueva York, Arizona y México. Cuelga en la Galería Arte Independencia de Bogotá la exposición Hecho en Colombia sobre la que el crítico Germán Rubiano Caballero escribe:
"La exposición reúne un grupo de trabajos realizados por el artista durante su última estada en el país. En casi todos ellos, pero especialmente en los dibujos, se aprecia una chispeante imaginación no exenta de espíritu lúdico que recompone la figura y la presenta ataviada y tocada de muchas maneras. Prueba de que Góngora, como los mejores artistas que dominan todos los medios de expresión, no se limita a copiar pasivamente la realidad, sino que la ataca, la somete y la transforma en algo propio e individual"
La década de los ochentas la inicia el pintor con un viaje a San Agustín y Tierradentro para estudiar allí la escultura monumental precolombina ejecutada por las tribus que habitaron esa región del país.
Vuelve a México e inicia las series Las vírgenes perversas y Vía Angelina. A mediados del 81 retorna a Colombia para participar en la IV Bienal de Medellín donde presenta una ambientación sobre el tango. Luego inicia en Bogotá, en el taller Arte 2 Gráfico, una importantísima producción gráfica con una carpeta de serigrafías que titula El sueño en el espejo a la que seguirán más tarde, las serigrafías inspiradas en los 20 Poemas de Amor de Neruda y Miss Prim. Esta producción gráfica de Góngora tuvo el gran mérito de atraer de nuevo la mirada y la atención de la opinión pública sobre la serigrafía y el grabado y ganarle el lugar de privilegio que le cabe dentro de la actividad plástica.
En el mes de abril de 1982 cuelga en el Museo de Arte la Tertulia, en Cali, su exposición Los caminos del bien y del mal que fue, sin duda, la retrospectiva más grande que realizó en Colombia. En esta exposición no solamente los caleños sino las gentes procedentes de otras regiones de Colombia, tuvieron la oportunidad única de ver una muestra de la pintura gongorina desde sus comienzos hasta ese año y formarse una idea de la trayectoria pictórica de Leonel Góngora, cuya obra está regada por el mundo en importantes museos y colecciones privadas.
En 1983 hace una exposición individual en el Foro de arte contemporáneo, en ciudad de México; dos en Massachusetts y participa en el premio Cristóbal Colón de pintura de las ciudades capitales iberoamericanas, que tiene lugar en Madrid.
En el año 1984 cuelga en el Museo Nacional de Colombia su exposición Una elegía y otros misterios; participa en las colectivas Pintura colombiana que tienen lugar en el Palacio de Chapultepec de la ciudad de México y la otra en la Biblioteca Piloto de Medellín.
Los sucesos más importantes de la vida artística de Góngora en el año 85 los constituyen su exposición Mujeres heridas en la Galería Diners de Bogotá; la representación de Colombia en la Bienal de Sao Paulo, Brasil y su participación en las colectivas Fetiches. Figures and Fantasies de la Galería Kenkelebo de Nueva York y la de la University Gallery de Amherst, Mass.
Un año particularmente fecundo en realizaciones dentro de la trayectoria artística de Góngora fue el de 1986: Participó como invitado en el XXX Salón Nacional donde obtuvo el primer premio y publicó, dentro de la colección Arte Latinoamericano, su libro Los siete pecados capitales, con textos del escritor antioqueño Darío Ruiz Gómez. También en el 86 cuelga una importante exposición en la Biblioteca Darío Echandía del Banco de la República en Ibagué.
Del 87 al 90 realiza una serie de exposiciones en Colombia: Visión interna, en la que lo acompaña su esposa, también pintora, Lourdes Morales, que tuvo lugar en la galería Acosta Valencia (1987). La noche y otras noches, en la Galería Sextante de Bogotá y las colectivas El desnudo, Galería el Museo (Bogotá); Cuatro románticos en busca del mar, Galería Elida Lara (Barranquilla) y Collage en U.S.A. en Seúl la capital de Corea (1988), Leonel Góngora Pinturas y Dibujos en la galería Udinotti de San Francisco, California. Las colectivas Color Wise en la Fauve Gallery de Amhers, Mass; Salón Nacional de Artistas Colombianos en Bogotá; Grandes Maestros, Galería El Museo de Bogotá y las individuales Color-Ada-Mente en la Cámara de Comercio de Cali, y 450 años de Cartago en la sede de Unicáncer de esa localidad (1990).
Góngora tuvo siempre un especial interés por la literatura. Al lado de su obra pictórica escribió también versos y prosa poética. Lector ávido estaba siempre en permanente contacto con la obra de novelistas y poetas que le brindaron la oportunidad de agudizar su sensibilidad y reforzar su temática.
Ya vimos cómo el tema de María, la novela de su coterráneo Jorge Isaacs, estuvo mucho tiempo en el centro de su atención y quizá para exorcizar esa presencia publicó, en 1991, el libro Soñé Vagar la poética correspondencia inédita de un Jorge Isaacs, en la colección Paramor de la editorial Puntos Gráficos.
La década de los noventas no fue prolífera en actividades quizá por los problemas personales que vinieron a amargar su existencia. Solo hay tres exposiciones una, en la Galería Alonso Arte de Bogotá que llamó Trópico Trópico en 1993; otra en Amhers en 1997 y otra, la última, que ayudó a colgar y tituló Historia y violencia en Colombia en los salones de la Universidad Externado de Colombia en Bogotá.
Leonel Góngora ya no pinta más (murió el 26 de junio de 1999 en Boston, Mass) y por ese decreto inexorable del destino que alcanza a todo el género humano, con su muerte la obra de su creación ha llegado al punto máximo de concreción. Ya es.
Las dos polaridades y obsesiones del arte de Leonel Góngora  -escribe Shifra Goldman -, son la violencia y el sexo. La primera refleja su experiencia con la violencia en su nativa Colombia y la segunda como una reacción a la represión de una estricta formación católica. Dice Góngora: El sexo es una manifestación de la inteligencia, violencia y represión siempre van juntas. Para los latinoamericanos las deformaciones de la educación sexual traen el peso de los siglos. Nosotros hemos vivido política y sexualmente reprimidos.
Góngora siempre fue fiel a estas obsesiones que, más que obsesiones, fueron visiones descarnadas de la realidad latinoamericana que solo las mentes privilegiadas son capaces de ver, no solo de ver, sino de dimensionar y de medir sus alcances.
Vio cómo la sociedad que se formó al término de la conquista española y del cambio de mando en las naciones surgidas de las guerras independentistas, edificaron su poderío prolongando la división del territorio del hombre en dos provincias: La temporal y la eterna. También, cómo unos cuantos se adueñaron de la provincia temporal tangible en la tierra y sus productos y trataron, por todos los medios, de vender a los más la provincia intangible de la eternidad, el cielo y su goce.
Y vio también cómo los pocos se dividieron la explotación y los réditos de lo temporal y lo eterno y la impudicia conque sacrificaron a los muchos para que todo rentara al máximo y nadie se atreviera a discutir o a poner en duda la legitimidad de su pretensión y para conseguirlo echaron mano de la represión y de la violencia.
Cuando se mira la obra de Leonel Góngora  —las muestras de sus distintas etapas creativas, ya que es casi imposible acceder a la totalidad—, se palpa esta fidelidad. Las imágenes de la obra de su serie Colombia mitad de siglo que data del año 1963 desgarradas, forzadas por la violencia hasta los linderos mismos de la monstruosidad, se hermanan con las de sus últimas pinturas que retratan el drama de los desplazados y en donde recalca cómo estos desplazados nuestros son unos pobres seres que se desplazan de carecer de todo en el campo a carecer todavía más en los barrios marginales de pueblos y ciudades.
Las mujeres desnudas excitadas y excitantes, están presentes en todos los estadios de su aventura plástica. Y Están ahí para decir que el sexo es inteligente y que el sexo es vida y que el sexo es arte.
Sus madonas, en una de las cuales aparece un infante de gesto plácido que succiona el pezón turgente y, mientras, la madre acaricia con su mano de uñas largas el sexo incipiente pero deparador de gozo, están en su obra para mostrar que los niños también tienen sexo y desmentir la estampa estereotipada de una inocencia afincada en la negación.
Todas las imágenes eróticas que pueblan la obra de Góngora están ahí para promulgar el ejercicio del sexo por el sexo mismo, por el placer de sentir, independiente de su función frustrante de procrear.
La pintura de Leonel Góngora fue siempre la que fue. Jamás hizo concesiones. Por eso no hay una sola obra suya en edificios públicos y en los escasos museos del país están solamente las que tienen que estar en ellos porque fueron distinguidas con premios nacionales.
Se le desconoce a propósito y se le ignora a sabiendas de que la obra de Góngora en su permanente trasegar por las más prestigiosas galerías de Europa y Estados Unidos, fue y es la presencia de una de las más logradas expresiones de la plástica colombiana.
Góngora se ha ido. Cambió su presencia personal, pasajera al fin y al cabo, pero nos sigue acompañando con su obra concebida y realizada en ese estilo suyo, difícil de describir —como anotó Terry Allien—, pero que una vez visto no se puede confundir con ningún otro. Quedemos ahora con el eco de sus palabras en la última entrevista concedida a la Revista Común Presencia unos meses antes de su muerte: "De alguna manera todo el mundo hace lo de Sardanápalo, lo que uno ama debe estar siempre en los finales. Pero solo debemos llevarnos lo intangible: rostros, besos, matices, poesía... Mi obra es mi casa del ojo y es allí donde me oculto de la muerte”.