Los pensadores, los poetas, los artistas, los creadores, están condenados a vivir siempre al margen, a estar separados de la gente común, a no ser comprendidos, a ser tenidos como monstruos raros. Algunos son acogidos y venerados desde el primer momento, otros, en cambio, desde antes reciben el rechazo, no se les permite siquiera presentarse a escena, tienen que permanecer entre telones. Ese es su hado, su destino, su suerte, cualquier cosa, pero eso es lo que les ocurre a muchos.
¿Dejarán por ello de ser grandes, serán menos creadores, menos pensadores si no ocupan a diario las primeras páginas de los periódicos, si no están en labios de las edites intelectuales, si no son tema obligado de los círculos artísticos y literarios? No. Si una creación, un pensamiento, un poema valen como tales, es decir, son pensamientos, obra de arte o poesía genuinas, lo serán siempre aunque su autor no sea el hombre del momento y la crítica se vende los ojos para pasarlo de largo.
El Boletín Cultural y Bibliográfico de
Martán Góngora ha abarcado en su vista panorámica a muchos de los que fueron, a unos cuantos de los que dicen ser y a todos los que son poetas menos a uno: A Fernando Mejía. La no Inclusión de Fernando en el panorama martaniano pude obedecer a un olvido Involuntario, o más bien, a que su personalidad poética no puede ser captada en una vista de conjunto. De una cosa puede estar seguro el señor Martán Góngora y es que Fernando no le guarda, ni le guardará rencor por ello, ya que el rencor es mezquino y él es un fiel seguidor del decálogo whitmaniano que proscribe al poeta la mezquindad.
No obstante todo, Fernando es un poeta de los grandes. En sus versos se escuchan ecos de Vallejo, Neruda y García Lorca, y es un hombre angustiado. ¿Cuál es el por qué de su angustia ¿Todo y nada, quizá porque su sino es la angustia y los sinos son Indefinibles. La angustia de Fernando, su angustia, es una angustia gigante, más que gigante, Infinita, iIimitable, Indescriptible mas no por ello sin consistencia ni peso. Su peso es como el peso del aire de la atmósfera que oprime sin aplastar.
Decía que la angustia de Fernando era causada por todo y por nada y mejor de lo que lo pueda decir yo, lo dice este poema de su primer libro “
Ya no podrá mi fe volver a la esperanza,
porque bajo la noche mi corazón tremante,
es ascua que desata su ceniza envolvente,
sobre el alba, el camino, el lirio y el infante.
Estaré siempre solo. Soberbiamente solo,
como un viejo marino que pierde su navío,
y se ve condenado a seguir transitando
con su terrible angustia los más duros caminos. (1)
.
“Ya no podrá mi fe volver a la esperanza”. No sería aventurado decir que ese todo y nada que motivan la angustia de Fernando se capitaliza en la lucha contra la esperanza, porque la esperanza, como lo hubiera dicho Marx, es otra de las alienaciones que pierden al hombre. La esperanza obnubila, enceguece; el hombre poseído por la esperanza se vuelve conformista y contentadizo, depone sus armas, entrega en manos de los más astutos la lucha y las razones para la lucha. Cautivado por el melodioso canto de esa sirena farsante se despreocupa de sus penurias del momento, las hace de lado o las amordaza cruelmente para seguir pisando con los pies llagados la uva que embriagará la sed de quienes lo explotan .
“Vencer la esperanza; comprender, en fin, que no hay salvación, extraer de esta revelación una Alegría indomable, es la más alta cima a que puede aspirar un hombre”, dijo Nikos Kazantzaki con acento prometeico. (2). De esa guerra a muerte nace pues la angustia lacerante de Fernando. La esperanza se ha hecho carne con él, se ha vuelto un quiste maligno que se reproduce apenas cercenado sin darle tiempo de vestir la coraza salvadora de la desesperanza.
Puede decirse también que la esperanza se defiende de Fernando con la angustia, puesto que la angustia, según el decir de Gabriel Marcel, “inmoviliza”, (3) enerva, paraliza, ata las manos y el espíritu para el combate. La esperanza toma la forma de la angustia y le persigue a todas partes hasta lograr que a fuerza de tenerla siempre en pos de si, concluya por amarla así como el prisionero acaba por enamorarse de las cadenas que le aherrojan. Le tienta a cada Instante como una mujer impúdica, se desnuda ante sus ojos y le incita a que se arroje entre sus brazos descarnados y aprovechar entonces el éxtasis fugaz del abrazo para precipitarlo sin piedad en las profundidades oscuras de la desesperación y de la muerte. La desesperación no es nunca lo contrario de la esperanza, es el abismo que separa a la esperanza de la desesperanza, semejante al que separa a la nada del ser. La desesperación es negativa, la desesperanza es positiva; la desesperación pierde al hombre mientras que la desesperanza lo confirma en el ser, le enseña a esperarlo y extraerlo todo de su quehacer a confiar en sus fuerzas. Se introduce en el centro mismo del ser del hombre y le susurra con insistencia: “Intenta hacer a Dios de todas las cosas, de tu carne, de tu hambre, de tu miedo, de tu virtud y del pecado». (4).
Fernando resiste a los halagos de la esperanza vestida de angustia prostituta aunque no logre por ello liberarse del todo, pues ella, obcecada, marcha a su lado como una mujer celosa hasta el hastío que no le deja volver la vista a ningún sitio porque le atenaza el miedo de perderlo. Bajo la presión tibia de su brazo Fernando canta:
“Es Imposible, hermanos, la alegría.
Cada hora nos deja un sabor Inseguro de macerado pan.
Vamos sufriendo oscuramente
bajo soles violentos o lluvias torrenciales ... ...
Vamos por las ciudades
gastando el alma con los pies”. (5)
La esperanza, siempre bajo las máscaras de la angustia, le transporta hacia la infancia como dicen que Satán condujo a Cristo a las cumbres más altas de Judea, y mostrándole el campo dorado-verde-rosa de su niñez le incita para que se batan allí Fernando acepta el reto y en lo más enconado del combate capitula y gime:
“Yo quisiera llorar como en
Sentir que el llanto lentamente
me desdibuje en nieblas las miradas.
Escribir otra vez en los cuadernos
el bello nombre de una colegiala.
Llorar porque los días cierran sobre la tarde
una ventana.
Esa ventana que soñara siempre
abierta por las manos que yo amaba ...
... Llorar porque mi madre
me hablaba de caminos y nostalgias,
llorar porque mi padre me decía
que era más triste el corazón que el alma;
porque mis hermanitas iban solas y descalzas
y porque todo era más triste;
más triste la esperanza;
más triste el corazón adolescente;
y más triste la luz en las miradas. (6)
Seguidamente entona una canelón para que los niños se eternicen:
“En las manos de los niños
dejad solo cuadernos,
para que escriban siempre;
patria, paz, compañero,
y dibujen cantando
un árbol o un perro ...
... Decidles que la vida
es hermosa; y que el viento
fue creado por Dios
para ungir sus cabellos;
y que el trigo se dora por sus vocablos tiernos;
y que el alba es azul
si despiertan sonriendo ...”. (7)
Canta esta canción con un acento convicto y tenaz sabiendo desde antes que su deseo no logrará escalar los muros de lo posible y que a los niños les saldrá bigote y cambiarán los cuadernos por las armas o las herramientas y fingirán olvidarse de los pantalones cortos, las cometas y los rizos. Y lo sigue deseando todavía con la vehemencia de Unamuno un viejo hermano suyo en la soledad que escribió una vez:
“Por qué lloras ahijadito con ese llanto fatal ¿
Es que acaban de decirme que he de llegar a papá “Pero si todos los niños
lo que quieren es medrar. Yo no, yo quiero ser niño
por siempre y siempre jamás” (8).
Dice Javier Arango Ferrer que “Ios temas Infantiles son comunes a todos los grandes poetas porque en ellos hay casi siempre un niño detenido” y esto vale (lo del niño detenido), creo yo, no solamente para los grandes poetas sino para todos los hombres. Los hombres nunca dejan de ser niños, solo cambian de número de talla en la ropa y juegan a jugar en serio; la diferencia radica en que la mayoría de los hombres no quiere reconocerlo y los poetas sí, no solo reconocen sino que proclaman a gritos ese reconocimiento.
En la poesía de Fernando Mejía hay elementos constantes entre los cuales se destacan más el campo y los manes familiares. En medio de las sombras tutelares que presiden sus poesías sobresale por su rotundez, su grandeza discreta y su bonhomía la sombra del padre.
“Cómo recuerdo ahora a mi padre cuando llegaba a la labranza, para dejar entre los surcos
la fe vibrante de su alma,
y hacer que en ellos la simiente su vital fuerza levantara,
y sobre el horno de su amor
el maíz áureo se curvara ...
... Amaré tanto su memoria que irá a mis huesos apegada; y su imagen será en el tiempo hondo clamor de mi nostalgia; y mi sangre -brasa cautiva-
de su ceniza desterrada”. (9)
El sentimiento que Fernando experimenta hacia su padre es un sentimiento claro y distinto. Los versos con que lo canta exhalan amor, respeto, veneración, admiración. Fernando quiere a su padre con un amor diáfano, transparente, que está muy lejos del oscuro y complejo sentimiento con que un Kafka o un Sartre evocan la memoria de sus progenitores. Fernando no le reprocha nada, no le pide nada, lo quiere como fue y como es en su recuerdo y a él, a su padre -quien lo prolongó en la sangre y en la voz-, ofrece reverente los arpegios dulce-amargos de su canto.
Fernando es un virgiliano frustrado por la angustia vital, nacida, como dije antes, de luchar con la esperanza, que prendida a su existencia como una Erinia Implacable le Impide disfrutar las alegrías silvestres hasta arrancarlo por fin de su campo patriarcal y, nuevo Ulises, condenarlo a vagar sin descanso por las ciudades sucias del humo de las fábricas, por los caminos de hierro y asfalto donde las flores no florecen y el musgo no germina.
Y en su vagar desterrado Fernando no se olvida del campo ni de las flores ni de los árboles y tiene que cantarlos entonces desde la orilla brumosa del recuerdo. Inclinado sobre la sima de su memoria tañe la lira y trina como un pájaro enjaulado añorando las ramas bordadas de capullos, los horizontes abiertos, el vértigo del vuelo por los aires perfumados:
... EI río era un remanso en el verano... (10)
Recuerdo el cántaro como un oasis apagando mi sed de caminante... (11) ... Sobre la tierra grávida de tallos
se cumplió la verdad del evangelio ... (12) ... Los montes llegan hasta mis visiones como solemnes dioses tutelares ...” (13)
No habrían cantado así Virgilio y Horacio de haber sido desterrados de las campiñas luminosas del Lacio ¿
La poesía de Fernando contiene luz y desesperanza. Una luz tibia en pugna con la sombra como la luz de Rembrandt y una desesperanza Inválida como una mariposa con las alas rotas. Y música como la de la quinta sinfonía de Beethoven y sonrisas, sonrisas tímidas. Fernando sonríe en sus poemas como un niño que sorbe sus lágrimas ante la perspectiva de un bombón.
En sus versos hay también fuerza y reciedumbre. La lira de Fernando es una isla de roca abatida por las constantes tormentas de la vida pero, erguida, siempre aunque el agua al retirarse se lleve entre la espuma sus arenas y corroa sus cimientos.
Al concluir este sencillo estudio sobre la poesía de Fernando Mejía cabe una pregunta: saldrá triunfante en su lucha contra la esperanza? será él mismo quien nos lo diga después de algunos años. Aún le queda por vencer la suprema tentación de la esperanza que no se deja abatir tan fácilmente. Esa suprema tentación en la cual la esperanza pondrá en juego toda su argucia y toda su fuerza es el suicidio. Sufrida con éxito esta última prueba Fernando habrá derrotado a la esperanza y podrá entonar con toda su voz el canto triunfal de la desesperanza y decir la soberana libertad del hombre.
NOTAS:
1.MEJIA MEJIA, FERNANDO “
2.KAZANTZAKI, NIKOS . “EI jardín de las rocas” Obras escogidas. T.II.Ed. Planeta. Barcelona 1962. pg. 287.
3.MARCEl, GABRIEl. “EI hombre problemático “Trad. María Eugenia Valentier. Ed. Sudamericana. Bs. Aries 1956. pg. 77.
4.KAZANTZAKI NIKOS. Opus clt. pg. 272
5.MEJIA MEJIA, FERNANDO. “Cantando en la ceniza” Biblioteca de Autores Caldenses. Vol. 15 Manizales 1963. pg. 20.
6.Ibidem, pg.14
7.FERNANDO MEJIA, opus. clt. pg. 24
8.UNAMUNO MIGUEL DE. Citado por Charles Moeller en “Literatura del siglo XX y cristianismo” T. IV Trad: Valentín García Yebra. Ed. Gredos, Madrid 1960. pg. HO.
9.MEJIA FERNANDO. Opus cit. pg. 36.