17/3/08

Aventuras ilustradas del café

Tú que me tomas a diario tal vez nunca te has preocupado por saber quién soy. Y no te lo reprocho, todos tenemos la ilusión de que conocemos las personas y las cosas que nos son familiares por el solo hecho de que las tenemos siempre con nosotros.

No pienses que exagero pero yo, la taza de café que te espera todas las mañanas, he tenido que recorrer un largo camino para llegar hasta tu mesa y poseo una historia que se remonta muchos siglos atrás de tu presente.

Para empezar te diré que soy muy vieja, que nací mucho antes de que los hombres inventaran los siglos. Bueno, no pongas esa cara de sorpresa, no es a mí a quien me refiero, es al árbol que produce los frutos de los cuales se extrae el café de quien te estoy hablando: del cafeto.

El cafeto, te decía, hace mucho, muchísimo tiempo que apareció sobre la tierra pero los hombres se demoraron en utilizarlo como alimento.

Y mira cómo son las cosas, el descubrimiento del cafeto, como muchos otros descubrimientos, fue obra del azar, de la fortuna.

Se cuenta que un joven pastor de nombre Kaldi que acostumbraba llevar su rebaño de cabras a las faldas de una montaña de la remota Abisinia, allá en la parte nororiental el Continente Africano que tú conoces por las aventuras de Tarzán, comprobó una tarde que las cabras se portaban de una manera extraña, corriendo y dando saltos como locas.

A la mañana siguiente se propuso vigilarlas con más cuidado para tratar de averiguar cuál era la causa de esa conducta rara. El bueno de Kaldi pensaba que lo que ponía a sus animales fuera de sí podría ser la picadura de un insecto o que tal vez se estuviera apoderando de su rebaño algún espíritu maligno. Pero no. Después de paciente observación comprobó que sus animales se agitaban luego de comer los cogollos de unos arbustos que producían frutos rojos.

Satisfecho corrió a dar cuenta de su descubrimiento a unos monjes que tenían su convento en las cercanías de su campo de pastoreo y el superior, maravillado por el relato del muchacho, resolvió acompañarlo para comprobar con sus ojos el extraño prodigio.

Movido por la curiosidad el monje tomó algunos frutos y hojas y los llevó a la cocina del convento para cocinarlos allí y observar lo que salía. Una vez cocidos los frutos y las hojas el monje probó la bebida que encontró de tan mal sabor que arrojó a la hoguera lo que quedaba en el recipiente.

Los granos empezaron a quemarse y a medida de que se consumían despedían un aroma agradabilísimo que sugirió al monje la iniciativa de preparar la bebida utilizando los granos tostados.

El ensayo dio resultado; el brebaje, aunque amargo, tenía un aroma y un sabor agradables y producía, después de beberlo, un efecto tonificante por lo que los monjes resolvieron adoptado para mantenerse despiertos y así dedicar más tiempo a la oración.

Este suceso que te cuento acaeció hace más de mil años y de esa época a nuestros días, el café ha recorrido el largo trayecto que separa la leyenda de la realidad.

De Abisinia, que en la geografía de hoy tiene el nombre de Etiopía, el café pasó a la Arabia, la tierra de AIí-Babá y los cuarenta ladrones, y desde allí empezó a recorrer todos los caminos del mundo.