17/3/08

Barba Jacob visto por Fernando Vallejo


Porfirio Barba Jacob merecía una buena biografía y Fernan­do Vallejo, luego de un trabajo de investigación prolijo y exahus­tivo, ha conseguido con creces escribir, creo, la mejor obra que en su género se ha realizado hasta el momento en la historia de nuestras letras.
 El objetivo ideal de la biografía es procurar la comprensión íntegra del biografiado, entregar la imagen más completa de su vida y sus acciones con las zonas de sombra y de luz que la conforman.
Debe el biógrafo rehuir a la tenta­ción de tender velos misericordiosos para ocultar las debilidades o las lacras de su héroe y de magnificar en exceso sus perfecciones o virtu­des.
Fernando Vallejo ha logrado una magnífica biografía de Porfirio Barba Jacob. Hay, primero que todo, una admiración devota por la vida y por la obra del poeta, elemen­to primordial para emprender un tra­bajo que en ningún momento es fácil.
El signo de Barba Jacob fue la errancia y los caminos que hizo suman miles de kilómetros. Todos los recorrió Vallejo en pos de su huella constatando los espacios físi­cos, metiéndose en los paisajes, hablando con la gente que conoció a Barba Jacob y que aún estaba viva, consultando archivos y reco­giendo aquí y allá las más leves señales.
Porfirio Barba Jacob, Miguel Ángel Osorio o Ricardo Arenales, se levanta de las páginas del libro de Fernando Vallejo cargando en su figura esquelética todos los arreos de ángel y demonio, que arrastró por las tierras de América entendida siempre como patria única porque a sus ojos jamás existieron las fron­teras.
El destino de Barba Jacob fue la palabra hablada o escrita y solo a ella sirvió con lealtad: fue su único credo religioso, social y político:
"Dejaron de verse (Barba Jacob y René Avilés) con la frecuencia de antes cuando Barba Jacob empezó a escribir en Últimas Noticias, y el poeta que se morra de hambre se convirtió en un periodista "virulento y aún mal intencionado pero bien pagado". Últimas Noticias, la edición vespertina de "Excelsior", surgió a principios de 1936 como un periódico de derecha recalcitrante. "Muy señor mío -le dijo Barba Jacob a Avilés-, no puedo morir­me de hambre. En Cuba serví al antimachadismo y nada me dieron a cambio. Aquí en México he querido servir a la revolución y no he conse­guido nada. ¿Que la reacción mexi­cana me paga espléndidamente? Pues a servirle, a escribir para ellos. Después de todo no está de más combatir a tanto sinvergüenza como medra al amparo de la revo­lución". Y, más concisamente, a Jorge Regueros Peralta le contestó:
"Tuve que venderme a las derechas porque las izquierdas no quisieron comprarme". Y así es en efecto:
Gustavo Ortiz Hernán, su joven amigo del último viaje a Monterrey, Jefe de Redacción luego del Nacio­nal, recuerda el día en que Barba Jacob se presentó en el Periódico, órgano del P. N. R. o partido de la revolución, enviado por el secretario particular del presidente Cárdenas, Luis Rodríguez, a pedir trabajo. Pero si a Ortíz Hernán le entusias­maba la idea de tenerlo en el Perió­dico, no así a su director Froylán C. Manjarrés, quien conocía sus ante­cedentes de periodista de derecha".

Luego de leer la biografía de Barba Jacob escrita por Fernando Vallejo, uno no puede menos que inclinarse respetuoso y admirado ante el poder de la palabra. Barba Jacob fue en última instancia, su palabra, su verbo.
No fue un hombre de gran cultura pero sí conversador extraordinario. Su palabra que fluía a borbotones movida por una fantasía desbor­dante se traduce en una conversa­ción encantadora, hechizante que hacía olvidar a los circunstantes la fealdad y brusquedad de sus rasgos y lanzarse tras él como si fuera el más hermoso príncipe de leyenda.
Barba Jacob vivió de su palabra y merced a ella trasegó los suelos de América, llevado por carros alados a las cumbres del triunfo o persegui­do y vejado como el más abomi­nable malhechor.
Maneja Vallejo un castellano fluido y con mucha gracia. No desa­provecha tampoco la oportunidad que le brinda el periplo vital de su biografiado, para sacarse los clavos que le han metido el país y sus gentes.
Respecto a la fortuna de la corres­pondencia y tomando como pie la que sostuvo el poeta con uno de sus muchos amigos, Shafick Kain, escribe: "Dice Felipe Servin que Shafick guardaba cinco cartas que le había escrito Barba Jacob, en las cuales se translucía el amor velada­mente. Es una ingenuidad pretender que esas cartas se conserven: si por el hondo aprecio que le tuvo al poeta es muy probable que Shafick no las hubiera destruido, las mismas probabilidades existen, en sentido contrario, de que las haya destruido la viuda.
Es el destino de las cartas de amor: la Chimenea. Al fuego van a dar todas. Otras, muchos años atrás había escrito el poeta: Cuando empezó a llamarse Ricardo Arena les, a Teresita Jaramillo Medina, su novia de Yarumal y de Angostura corrieron la misma suerte. Teresita las guardó por años, por décadas, unidas con una cinta azul. Pocos días antes de morir en Yarumal, las quemó".
Leamos cómo describe Vallejo el paraje natal de Barba Jacob y su opinión de los antioqueños: "Desde lejos, en el ocre de los derrumbade­ros surgía la ciudad ante el viajero, como un espejismo entre montañas. Santa Rosa con sus casitas blancas de tejados rojizos, sus calles tortuo­sas y su plaza empedrada... De cuando en cuando una casa de muros agrietados y techo de teja, que hace un siglo debió pertenecer a un minero y hoy es la vivienda de un agricultor. Y nada más, la tierra yerma. Sin un huerto, sin una arbo­leda, sin un cultivo. Nada. Porque lo único que cultiva el antioqueño en su pereza ladrona es su fama de trabajador honrado. "En un principio se dedicaron los antioqueños al laboreo de las minas y a la tala de árboles. Todo lo escar­baron y lo desolaron.
Con "el hacha que mis mayores me dejaron por herencia" talaron los inmensos bos­ques de robles que cubrían el Valle de los Osos, donde se fundó Santa Rosa, y cuando nació el poeta solo quedaban las cañadas y los cerros cortados a pico y azadón por toda la comarca, para dar testimonio del paso de sus antepasados por la faz de la tierra ... y he ahí la razón de la leyenda del poeta: el antioqueño ha tenido que marcharse siempre en busca de otras tierras donde tumbar árboles; es la colonización antio­queña ...
Barba Jacob como Wilde hizo de su vida una obra de arte. Ninguno de los dos hubiera necesitado hacer nada distinto de vivir sus vidas como las vivieron para entrar en la posteridad. Pero resulta que a más de haber sido unos vividores genia­les fueron también creadores y esa circunstancia acrecienta más la luz con que brillan en el cielo de la historia.

Fernando Vallejo, Barba-Jacob, el mensajero, Editorial Séptimo Círculo. México, D.F., 1984, 508 páginas. Consigna No.292, febrero 15 de 1986