El amor es un tema recurrente en la obra de Marguerite Yourcenar y casi puede afirmarse, sin caer en la exageración, que es el resorte, el eje sobre el que gira y la trayectoria que describe en los desplazamientos de su escritura.
Sabe bien Yourcenar que el amor no tiene definición; que sólo es cuando se vive. Frente al amor quizá sea posible rastrear sus motivos, lo que lleva a él o inventariar lo que deja cuando muere, tarea también difícil porque es vacío de amor, lo que queda de la forma del agua cuando se vierte de la copa.
El amor es un estado, una situación del alma. No existe por sí mismo, no tiene entidad, no tiene dimensión, no tiene término. No está ahí como algo que se puede tomar o dejar. Sólo es en los seres que aman.
No es posible hablar entonces del amor como ser, no existe. Su existencia está referida siempre a los que aman -hombres y mujeres-, y sólo en el momento en el que acceden o caen, en el estado de gracia amoroso. En última instancia el amor no es sino en los amantes.
Reitero, el amor no existe, el amor no es sino en la ausencia de su objeto porque se deshace con el mero roce del ser que lo enciende. Es en mí como ser que ama elación, angustia, sensación inefable, pasión absurda que no tiene semejante. El amor no es sino mi amor por el ser amado sin ninguna posibilidad de encontrarse con él porque su amor por mí es su amor por mí, idéntico a sí mismo, ardor que al .igual que mi ardor se consume en su propio fuego.
Pero entremos ya en materia y tomemos uno de los primeros libros de Marguerite Yourcenar, Fuegos, escrito en 1935 y conformado por cinco relatos de amor.
"Fedra o la desesperación" abre el libro. Aquí Marguerite Yourcenar se sumerge sin escafandra en las aguas profundas que son el corazón de Fedra,
la segunda esposa del héroe Teseo -a quien la leyenda atribuía la fundación de Atenas-, para buscar los bancos coralinos donde toma pie el amor por su hijastro, el bello Hipólito.
Nos encontramos en este relato frente al amor padecido, en el que su objeto, el ser amado, deviene en pretexto para explicar nuestro tormento; en el que el amante se destroza contra las paredes de una urna de vidrio polarizado de la que no hay salida y que en la que no puede penetrar la mirada del amado.
"En el lecho de Teseo, siente el amargo placer de engañar de hecho al que ama y con la imaginación al que no ama". (1)
Fedra padece un amor que le abrasa sin tregua, como las llamas de la zarza bíblica que no consumían las ramas que alimentaban su fuego. "Ante la frialdad de Hipólito, imita al sol cuando choca con un cristal: se transforma en espectro. Habita su cuerpo como si del propio infierno se tratara. Reconstruye un laberinto en el fondo de sí misma. en donde no puede por menos de encontrarse: el hilo de Ariadna ya no le ayuda a salir pues se lo enrolla en el corazón" (2).
El dolor conduce a la desesperación. La pena del desamor le lleva de la mano a fraguar la pérdida del indiferente, no obstante la seguridad de que la muerte del desdeñoso Hipólito, no hará otra cosa que extender más, si cabe, la inmensa llaga de su amor insatisfecho.
Movida por esa sabiduría que le hace decir "No hay amor desgraciado: no se posee sino lo que no se posee. No hay amor feliz: lo que se posee ya no se posee", (3) Marguerite trata de penetrar luego en el misterio de Aquiles, el protagonista de
El Aquiles que nos muestra la autora en este relato no es el soldado imbatible de los campos de Homero, sino el hijo de la diosa Tetis que, en la ciega esperanza de burlar al destino, le ha llevado a la isla de Escira vestido de mujer, para que viviera entre niñas y escape así de morir como guerrero en el esplendor de la juventud. De allí le saca Ulises con su astucia paradigmática y se lo lleva a engrosar las fi las de los griegos, dejando atrás los amores de Daidamia y Misandra, cuyos corazones traspasaron el secreto que ocultaban las vestimentas femeninas del héroe.
"Patroclo o el destino", es el tercer relato del libro.
Aquí la autora, fiel a su vocación por los abismos, apoyada en los recios hombros de los dos griegos de la lliada, otea la pasión que enlazó las almas de Aquiles y Patroclo cuyos arrebatos pusieron en peligro la suerte de su ejército e hicieron tambalear su victoria sobre Troya:
"Desde la muerte del amigo que había llenado el mundo y lo había reemplazado, Aquiles no abandona su tienda alfombrada de sombras. Desnudo, acostado en el suelo como si se esforzara por imitar al cadáver, se dejaba roer por los piojos del recuerdo. Cada vez con más frecuencia la muerte le parecía un sacramento del que sólo son dignos los más puros: muchos hombres se deshacen, pero pocos hombres mueren. Todas las particularidades que recordaba al pensar en Patroclo -su palidez, sus hombros rígidos, más bien altos, sus manos que siempre estaban algo frías, el peso de su cuerpo desplomándose en el sueño con densidad de piedra- adquirirían por fin su pleno sentido de atributos póstumos, como si Patroclo hubiera sido, estando vivo, un esbozo de cadáver.
"El odio inconfesado que duerme en el fondo del amor predisponía a Aquiles hacia la tarea de escultor: envidiaba a Héctor por haber rematado aquella obra maestra; tan solo él tenía derecho a arrancar los últimos velos que el pensamiento, el ademán, el hecho mismo de estar vivo interponían entre ellos, para descubrir a Patroclo en su suprema desnudez de muerto". (4)
Está aquí, en este relato, toda la fuerza, toda la densidad del hierro derretido al rojo blanco que caracteriza pero nunca define, ni mucho menos explica o aclara siquiera la amistad entre hombres.
Con la misma sabiduría, con la misma penetración, Marguerite Yourcenar nos lleva luego a contemplar a Antígona que purga en su carne inocente el crimen de su abuelo Layo, a esa virgen atormentada por una culpa que no es suya, tomada en el momento en que la verdad ha matado a Yocasta y "Edipo se ha quedado ciego de tanto manipular esos rayos oscuros" y "solo Antígona soporta las flechas que dispara la lámpara de arco de Apolo, como si el dolor le sirviera de gafas oscuras. " (5)
En "Lena o el Secreto", quinto relato de Fuegos,
Este amor de Lena es el amor vergonzante, al que la respuesta del ser amado le viene como limosna; como los restos de la cena que se disfrutó en otra mesa; pero, amor al fin y, como amor, estado de gracia que le movió -según la leyenda y tal como lo cuenta ese delicioso chismógrafo Indro Montanelli_, a que, cuando fue detenida y torturada por la policía para que revelase los nombres de los cómplices en la conspiración que promoviera Aristogitón, se cortara la lengua de un mordisco y la escupiera luego, a la cara de sus verdugos.
En "Maria Magdalena o la salvación", Marguerite Yourcenar hace una incursión afortunada como todas ¡as suyas, en el Evangelio V toma el pasaje de Marta V Magdalena; Magdalena ... la pecadora, la del amor correcaminos que puso sus ojos en el Cristo V que a la muerte del amado dice "Hice bien en dejarme llevar por la gran ola divina; no me arrepiento por haber sido rehecha por las manos del Señor. No me ha salvado ni de la muerte, ni del mal, ni del., crimen, pues gracias a ellos nos salvamos. Me ha salvado tan solo de la felicidad" (7).
El amor que María Magdalena siente por el Cristo es ya el amor.
Cuando aparece el Nazareno y la deslumbra con la gracia de su palabra y con el encanto de su presencia de hombre recio y adivina los arrebatos a que podría conducirle el ardor de su Iíbido contenida por las largas travesías, los ayunos, el esfuerzo de la predicación, percibe en su entraña sabia que con él le sería posible encontrar por fin lo que ha buscado en su prolongada travesía por la carne. Que seguramente con él alcanzaría el estadio en el que por el abrazo de los cuerpos se llega a la fusión de los espíritus y se accede -por un instante solamente- al paraíso de la otridad.
Entre este relato sobre Magdalena y "Fedón o el Vértigo" Marguerite Yourcenar anota "La indiferencia ignora; el amor sabe; deletrea la carne. Hay que gozar de un ser para tener la ocasión de contemplarlo desnudo. Ha sido preciso que yo te ame para llegar a comprender que la más mediocre o la peor de las personas humanas es digna de inspirar allá arriba el sacrificio de Dios". (8).
Los dos últimos relatos de Fuegos son "Clitemnestra o el crimen" y "Safo o el suicidio". Antes del primero
“Solo amamos una vez, pues sólo una vez se está perfectamente equipado para amar (11) escribió Ciryl Connolly en
¿Por qué Clitemnestra le da muerte? Tal vez porque, como anota el mismo Connolly, "el objeto de amar es acabar con el amor" (12), o porque por un pecado de razón perdió el estado de gracia del amor y cayó en la sima sin fondo del desamor.
Como el agua que fluye es otro libro de amor escrito por Marguerite Yourcenar; en él nos da tres novelas cortas caídas de su inspiración en distintas épocas. Ana Soror escrito en 1925; Un hombre Oscuro, compuesta en 1935 y revisada en 1979 y, Una hermosa mañana, escrita igualmente en 1935.
Ana Soror, la narración que abre el libro, es una historia de amor; del amor, ese gran histrión, perito en caracterizaciones, que echa mano de todas las máscaras posibles para asumir un papel que no se acaba pese a la repetición hasta el infinito.
El amor que fluye en Ana Soror, no es el amor corriente que brota en las fuentes de la legalidad y lo permitido; no, es el amor proscrito por la ley humana, perseguido por la moralidad, condenado por la dictadura de la costumbre: el amor incestuoso.
Los protagonistas de esta pasión que empieza delicada, fresca y ligera como rocío mañanero y acaba en tempestad con rayos y centellas, son los hijos de don Alvaro y doña Valentina, gobernadores españoles de Nápoles, durante la época en que en los dominios del imperio hispano, todavía no se ponía el sol.
Sus nombres son doña Ana y don Miguel. Juntos recorren el itinerario de una pasión que acrecienta su ardor con el paso de los segundos pero que, no obstante su fuerza arrollante, la angustia terrible conque los sacude, no los desborda, no rebasa su cauce y sólo les destroza a ellos en medio de tormentos tantálicos, sin que dejen escapar el más significante gesto que los delate, que los insinúe quiera ante la numerosa concurrencia que mal siempre a sus orillas.
Su drama no sale de los escenarios de su intimidad. Es silencioso, no tiene atuendos llamativos. Su tragedia no asume jamás las dimensiones de ostentación, de exhibicionismo vulgar que matiza -demos por ejemplo-, la relación turbulenta de César y Lucrecia Borgia.
Dice Marguerite Yourcenar refiriéndose a la escritura de Ana Soror: "Mi experiencia sensual era bastante limitada por aquella época: la de la pasión: hallaba aún a la vuelta de la esquina; sin embargo el amor de Ana y Miguel ardía dentro de mí. El fenómeno es, sin duda, muy sencillo de explicar: todo, ha sido ya vivido y revivido por los seres desaparecidos que llevamos en nuestras fibras, del mismo modo que en ellas llevamos también a los millares de seres que un día serán" (13). El incesto en su forma de amor entre hermanos es un fenómeno de incidencia frecuente en la historia del hombre. Desde la fórmula ritual. muchas veces sin amor, prescrita en algunas culturas para las familias reinantes -solo para ellas-, hasta la modalidad que se da entre las comunidades marginadas, condicionado allí por el hacinamiento y la promiscuidad o en las de altos ingresos como forma de evadir el tedio del hartazgo, esta expresión del amor ha sido siempre territorio vedado.
¿Por qué lo escogió entonces
"EI trivial adulterio ha perdido mucho prestigio debido a la facilidad del divorcio. El amor entre las personas del mismo sexo ha salido en parte de la clandestinidad. Sólo el incesto sigue siendo inconfesable. Y casi imposible de probar, aún sospechando su existencia. El oleaje suele lanzarse con mayor violencia contra los acantilados más abruptos". (14)
Un hombre oscuro, segunda narración del volumen, es también, en el fondo, una historia de amor. Nathanael, su protagonista, camina desde una infancia sin calor de hogar hasta una muerte en la penumbra, por un camino sembrado de dificultades, levantadas a cada recodo para abatir su condición humana y reducirlo a simple desperdicio.
Pero en su alma arde una llama que le mantiene firme y no deja que su voluntad se doblegue ante las situaciones más adversas. Llega al amor empujado por la soledad y se entrega confiado en brazos de Sarai, prostituta judía que lo engaña a su gusto y termina por abandonarlo, llevándose al hijo concebido una noche en que el alcohol y el entusiasmo, le hicieron olvidar las precauciones.
Una vez desaparecida Sarai, quien pese a todo, fue una corta estación de calma en su vida de constante peregrinaje, Nathanael, acosado ya por la enfermedad de los pulmones que le llevará a la tumba, luego de un acceso de pulmonía que le mantuvo por mucho tiempo en el hospital, sale a prestar sus servicios como jardinero, en casa de un señor con pretensiones de científico, que le hace narrar ante su grupo de amigos octogenarios, para quienes el sexo se ha retirado a los cuarteles de la fantasía, narrar digo, pintar con los colores más atrevidos las pasadas aventuras de cama vividas por Nathanael entre exóticas tribus de salvajes.
Cuando la enfermedad estrechó su cerco y Nathanael no sirvió siquiera como entretención de los pobres viejos de oído verde, se le mandó a cuidar una propiedad de los señores en una isla desierta en donde un día o una tarde o una noche, acaba por dormirse definitivamente.
Una hermosa mañana, es un cuento corto, continuación de la narración anterior, en el que un hermoso y despierto niño, seguramente el hijo de Nathanael y Sarai, educado por uno de los clientes cultos -actor especializado en la obra de Shakespeare-, en uso de buen retiro que llegaba por temporadas al generoso hotel que regentaban Sarai y su madre, consigue ser enrolado como actor, en una compañía de cómicos ambulantes.
Lazare, como se llama el pequeño, ha aprendido de memoria varios papeles y lo hace con tanto arte que logra convencer al director para que lo lleve consigo. Así, en esa mañana, antes de la salida del sol, este muchachito se coloca en la vía de la errancia que le marcara un padre que nunca conoció.
(1)- Marguerite Yourcenar. Fuegos. Trad. Emma Calatayud. Edi· torial Alfaguara. Madrid 1983. Pág. 28.
(2) - Margerite Yourcenar. Ibd.
(3) - Marguerite Yourcenar. Opus Cit. pág. 32.
(4) Marguerite Yourcenar. Opus Cit. pág. 46
(5) Marguerite Yourcenar. Opus Cit. pág. 53.
(6) Marguerite Yourcenar, “Co9n los ojos abiertos”, trad. Elena Berni. Emecé editores, Bs. Aires, 1962 pág.88
(7) Marguerite Yourcenar, opus Cit. pág. 83.
(8) Marguerite Yourcenar, Opus Cit. Pag. 86.
(9) Marguerite Yourcenar, Opus Cit. Pag. 100.
(10) Marguerite Yourcenar, Opus Cit. pág. 106.
(11) Ciryl Connolly "
Edit. Sur Buenos Aires 1949. pág. 25.
(12) Ciryl Connollv Opus Cit. pág. 17.
(13) Marguerite Yourcenar. "Como el agua que fluye" Trad Emma Calatayud. Edit. Alfaguara. Madrid 1983. pág. 259. I
(14) Marguerite Yourcenar. "Como el agua que fluye". Págs. 260 y 261.