Corresponde a los griegos el descubrimiento capital de la cultura de Occidente: el descubrimiento del hombre. Quiere decir ello que los griegos supieron quién era el hombre? No, por cierto. Cuando se dice que los griegos descubrieron al hombre solo se significaba que ellos fueron los primeros en notar su presencia y preguntarse por la naturaleza, las Implicaciones y consecuencias de esa presencia misma. Los primeros en deslindar su ser del ser de los entes circundantes. No Importa que después, y respondiendo a una necesidad Incita en la razón humana, los griegos le hubieran restado agudeza a su visión al tratar de clasificar este descubrimiento y así, debidamente rotulado, encerrarlo dentro de la caja de caudales que guardaba las adquisiciones de su pensamiento.
Aristóteles, embriagado por el mosto burbujeante de sus categorías, enceguecido por su doctrina del hilemorfismo, en su celo ordenador no vacila en encerrar al hombre, valiéndose del género próximo y la diferencia especifica; entre dos paredes frías y negras: la animalidad y la racionalidad.
Pero por fortuna nos queda el preguntar y el responder por el ser del hombre poetlzado por Sófocles en un coro de su Antígona: Muchas cosas son pavorosas; nada, sin embargo, sobrepasa al hombre en pavor. Sale, por encima de la espumante marea, en medio de la invernal tempestad del sur, y cruza las montañas de las abismales y enfurecidas ondas. Fatiga
“EI caviloso hombre enreda la volátil bandada de pájaros y caza los animales del desierto y los que viven en el mar. Con astucia subyuga al animal que pernocta y anda por los montes. Salta a la cerviz de toscas crines del corcel, y lo domina; y con el madero somete al yugo al toro jamás dominado.
“Por todos lados viaja sin cesar: desprovisto de experiencias y sin salidas llega a la nada. En ningún caso puede impedir, por fuga alguna, un único combate: el de la muerte; pero tiene la felicidad de esquivar con habilidad la enfermedad plena de miserias.
«Circunspecto, porque domina, más allá de lo esperado, la habilidad inventiva, cae a veces en la perversidad, otras, le salen bien empresas nobles. Vive entre la ley de la tierra y el orden jurado por los dioses. Al predominar sobre el lugar, lo pierde, porque la audacia del hombre lo hace considerar el ser como el no-ser. Quien no ponga en obra eso, que no comparta mi hogar conmigo, ni que mi saber tenga nada en común con su divagar». (1)
De los griegos que pensaron esto a nosotros ha corrido mucha agua bajo los puentes. Con el hombre ignorado, reducido por Descartes a “cosa pensante” se han hecho, no obstante, descubrimientos pasmosos: la penicilina, la electricidad, el automóvil, la relatividad de la materia. Se ha elaborado la física cuántica, se han explorado los espacios siderales y los espacios submarinos. Se han pintado los frescos de la capilla Sixtina, se han escrito el Quijote y
Esporádicamente algunas inteligencias lúcidas se han preocupado por saber quién es ese animal racional, esa cosa pensante capaz de tantas maravillas. Pero es Nietzsche el primero después de muchos siglos quien empieza a preguntarse bien. Mas a pesar de su fuerza y su vitalidad no puede evitar el vértigo ante el abismo tenebroso que le desvela su preguntar. Husserl, Bergson y Scheller han arribado casi a la forma correcta del preguntar y, finalmente, Heidegger ha logrado hallar la fórmula correcta del preguntar por el hombre. El hombre, ha dicho Heidegger volviendo por los fueros del pensamiento anterior a Platón y Aristóteles, no se conoce por su figura sino por lo que hace. La esencia del hombre es actuar. De aquí que todas las definiciones que del hombre se den son cuasidefiniciones. Además definir al hombre es asesinarlo puesto que toda definición es estática y paralizadora. Definir es detener, limitar. El hombre es dinámico por esencia y no solo no se deja limitar, sino que se rebela ante el Intento mismo de Imitarlo.
El Interrogante por el hombre hay que plantearlo pues desde el hombre mismo, desde su hacer. Hay que situarse en el obrar para saber lo que un hombre es y para comprender, para hacer carne de nuestra carne ese saber, hay que incrustarse en la médula de ese obrar, aceptar sus razones y sus sinrazones y, por encima de todo, amar. Esto fue lo que hizo Nikos Kazantzaki un griego de la estirpe de Sócrates. En todo gran pensador hay implícito un poeta y a
Nacido en Creta el18 de febrero de 1885 Kazantzaki era por tanto heredero directo de una de las culturas más ancianas y refinadas que brindaron sustento a la civilización de Occidente: la cultura minoica. Por sus venas corrió la sangre del rey Minos, fue hermano de Ariadna. En su memoria vivieron las calles y los palacios de Cnosos y Festos y seguramente recorrió muchas veces, al lado de Teseo, las Infinitas calles del Laberinto.
Cuando Kazantzaki nació Creta estaba bajo el dominio turco. Qué extraño destino persigue a los pueblos grandes 7 Toda raza gigante cuenta siempre con un sinnúmero de enemigos que desde dentro y desde fuera persiguen su perdición. Grecia tuvo a los persas, a los romanos y hasta hace poco a los turcos pendientes de su escaso y poco fértil territorio. Qué es lo que hace, repitamos la pregunta, que toda raza privilegiada Incite la codicia de sus vecinos 7 Existen motivos de orden político y económico pero estos no tienen la fuerza suficiente para justificar la ocupación violenta de un país, ni mucho menos, los desmanes que los ocupadores cometen. En fin, tales razones son tan numerosas y complejas que es difícil, si no im posible, determinar a ciencia cierta el por qué de la pregunta que nos ocupa.
Dice Aziz Izzet, su biógrafo, que a Kazantzaki, siendo muy niño aún, le tocó presenciar la gran insurrección cretense contra los turcos (1885-1895) y las atrocidades cometidas por aquellos en la persona y los bienes de sus compatriotas. Estudió primeramente en Naxos y luego se doctoró en derecho en Atenas. Después de su doctorado fue a París y asistió a los cursos de Bergson quien ejerció sobre él una influencia profunda y durable". (2) Posteriormente descubrió a Nietzsche.
Bergson y Nietzsche son pues el fundamento filosófico de la obra kazantzkiana., Nietzsche sobre todo. Bergson le enseñó el elan vital" , y sus consecuencias y Nletzsche la ontología del superhombre, que no es otro que el hombre en su cotidiano hacer, pero no un hacer cotidiano sin meta ni sentido, un hacer cotidiano rutinario y mecánico, sino el hacer cotidiano con la conciencia destinal de que en ese hacer está la esencia y la razón de ser hombre. Y Kazantzaki, armado con estas armas, provisto con estas provisiones, Inicia el peregrinaje de sus obras como un nuevo argonauta para buscar y dibujar al hombre desde su hacer.
Pero vayamos a una de sus novelas e iniciemos con él este viaje maravilloso. Tomemos por ejemplo LIBERTAD O MUERTE, escrita con base en la sangrienta revolución contra los turcos que le tocara vivir en su primera infancia. El protagonista es el Capetán Miguel, apodado por sus vecinos con el remoquete de “Capetán Jabalí”. Es un hombre corpulento y macizo, de barba negra y espesa, de cabellos abundantes y ensortijados, de mirada profunda. Un hombre de andar pesado, que no sonríe nunca porque ha votado no hacerlo hasta que la patria esté libre; apasionado y feroz, incontenible en sus arrebatos, implacable en sus odios y tenaz y terco en sus determinaciones. Este Capetán Miguel es hijo del capetán Sifakas, un viejo león de recias barbas blancas en uso de retiro forzoso, que se levanta fornido y altanero como un viejo patriarca bíblico, en medio de la manada de cachorros y leones maduros que constituyen su familia.
El capetán Miguel es hermano de sangre de Nuri Bey hijo de un funcionario turco. Les une el pacto de no herirse mutuamente sino descargar cada uno sus iras en la persona de sus compatriotas.
Todos los hijos del viejo Sifakas son fieras salvajes. Creta es su madre y les hiere saberla poseída por el turco. Manusakas, hermano mayor de MIguel, se embriaga una tarde en su aldea y en medio de la borrachera entra a la mezquita cargado de un asno para que el animal haga su oración.
Este hecho exaspera a los turcos y Nuri Bey hace llamar a Miguel para pedirle que vaya a reconvenir a su hermano y a hacerle ver que en lo futuro debe evitar tales desmanes en pro de la conservación de la paz. Miguel atiende a regañadientes el llamado del Bey. El Bey le recibe en su estancia con todo el derroche de la cortesía oriental y hace presentar sin velo a su esposa Emina, hermosa circasiana, para que les deleite con su canto. La circasiana logra turbar el corazón de Miguel, canta y mientras canta los dos hombres se odian cordialmente. Ambos son fieras bravas y hermosas. Cuando termina la canción Miguel da un grito:
Basta! dice. Toma un vaso lleno de vino, introduce en él dos de sus dedos, los separa luego y el vaso cae hecho trizas. La mujer queda deslumbrada por la fuerza del griego e invita a su esposo a hacer otro tanto. El turco lo intenta sin lograrlo, y la mujer se ríe del turco pero éste logra dominar su rabia.
Miguel abandona el palacio del Bey herido por la belleza de la circasiana. Su orgullo de cretense le Impide desear algo turco, pero el deseo desconoce el orgullo e Inicia entonces su combate para lograr satisfacción. Miguel se encierra en la bodega de su casa con cinco camaradas para permanecer allí comiendo y bebiendo durante una semana como tenía por costumbre hacerlo una vez al año. Más ahora no logra emborracharse y, transcurridos tres días, abandona la despensa. Estalla la rebelión y Miguel se retira a
Después de liberarla Miguel la deja bajo el cuidado de una tía suya. Cuando vuelve al frente encuentra que durante su ausencia ha sufrido un grave revés. Lleno de remordimiento y de odio regresa una noche donde Emina y mientras ésta duerme la posee lujuriosamente con su puñal. Así ya nada se Interpondrá entonces entre él y Creta. Creta es su amante apasionada, su gran amante, por ella muere con un puñado de valientes. Este es, someramente, un hombre de Kazantzaki, el Capetán Miguel personaje central de “Libertad o Muerte”. A su lado se mueven otros tantos personajes tan bien definidos como este.
Para relievar más los personajes, el hombre kazantzakiano, comparémoslo con los personajes, con el hombre de otro novelista grande de nuestros días: Jean Paul Sartre que para mi es el antípoda de Kazantzaki. Tomemos por ejemplo a Mateo Delerue que recorre “Los caminos de la libertad”. Mateo Delerue es un burgués corriente que va a la guerra, no porque quiera, no por defender nada ni por conquistar nada sino porque lo empujan. Vive pensando, cada paso que da suscita en él nuevas consideraciones. Todo lo mide y sin embargo no mide nada. Parece proyectar su hacer pero a la larga resulta librado al acaso. El capetán Miguel en cambio, es poco lo que piensa, se lanza sin reflexionar pero vive lo que hace y lo vive intensamente. Su hacer está determinado en última instancia por un hado, pero no un hado indefinido sino un hado que él contribuyó a definir en buena parte.
En «La muerte en el alma» último volumen de «Los caminos de la libertad», Mateo Delerue, sol dado por accidente, entra con un pelotón de soldados en una aldea semidestruída. AIlí sus compañeros encontraron vino, lo vaciaron en grandes cubos y empezaron a beber. Es una escena nauseabunda. Los soldados, cada vez más ebrios, terminan por meter sus cuerpo y hacer sus necesidades dentro de los cubos que contienen el vino. Mateo entra para llevarse a un compañero, los demás le Incitan para que también se embriague y escape así a la realidad negra que los abatirá luego, Mateo accede al fin pero por más que bebe no logra embriagarse. ¿Qué ocurre? Que las ideas no se emborrachan. La borrachera de los soldados de Sartre es una borrachera animal, degradante y no puede mencionarse a la vez que la comilona augusta de la familia de Sifakas durante el matrimonio de uno de sus hijos. Es que ésta es una comilona de hombres provistos de las mandíbulas necesarias para devorar un cordero tras otro y vaciar odres y odres de vino añejo y no meras ideas, fantasmas de conductas paridas sin el concurso del amor.
Creo para mí que la ventaja que como novelista tiene Kazantzaki sobre Sartre es que Kazantzaki deja que sus personajes sean ellos mismos, es decir, concibe al hombre desde el hombre, le deja decir lo que piensa, hacer lo que quiere. En cambio Sartre concibe los personajes desde él mismo, desde sus ideas; no les deja decir quiénes son, ni qué hacen sino que los obliga a decir lo que él quiere que digan, los esclaviza y los fuerza.
En “La náusea” Sartre esboza un curioso personaje nombrado el “autodidacto”. El autodidacto es un hombre de esos que se han hecho solos, a base de lecturas; es un ratón de biblioteca que ha empeñado su vida en leer. Siguiendo «el orden alfabético», la biblioteca pública de su pueblo. Un hombre con alma de papel y sangre de tinta para imprenta. Ningún proyecto, ninguna meta se divisa a ultranza, de sus lecturas, lee por leer; toma la cultura y la erudición como un sucedáneo del alcohol o los estupefacientes. Este es un tipo de “intelectual” sartriano. En “Libertad o muerte” Kazantzaki nos da también su tipo trágico-cómico de Intelectual: el seor Idomeno. Idomeno no es de los que se han hecho solos, fue a
El hombre Kazantzakiano es un hombre de carne y hueso que quiere y hace lo que quiere. No está obligado a decir nada, no tiene que transmitir ningún mensaje, Kazantzaki tiene un solo derrotero: buscar quién es el hombre y comunicar de la mejor manera sus hallazgos y a la vez que avanza más en su proyecto y el hombre se le muestra más definido, va elaborando un ritual, un código de ceremonias necesario para el trato de esa extraña criatura que se va perfilando ante sus ojos.
Busca al hombre primero en las grandes religiones y después en los sistemas sociales y políticos. La búsqueda de Kazantzaki no es una búsqueda superficial, ligera sino una búsqueda profunda y pausada. Comienza por el cristianismo, se sumerge sin escafandra en el océano de los Testamentos y para que nada le turbe ni le distraiga se encierra varios anos en un monasterio del monte Athos. Después de haber explorado las más profundas honduras de la palabra de Cristo encuentra que el Cristo que le dieron los popes era un Cristo falsificado; que la doctrina predicada por las teologías y las iglesias era una doctrina arreglada con miras a objetivos no del todo cristianos y entonces nos muestra el Cristo que él encontró en “La última tentación” y el cristiano, la realización del hombre evangélico en “Cristo de nuevo crucificado”.
El Cristo que Kazantzaki nos da en “La última tentación” no es el Cristo nuestro de todos los días, el Dios hecho hombre consciente de su misión. El Dios que se “rebaja” a ser hombre pero que se sabe el Hijo del Padre revestido de carne para enseñar a los hombres el camino de Dios y redimirlos con su sangre de la esclavitud del pecado. No es el Cristo alambicado, de cabellera larga y ondulada, de mirada oblicua y rostro arreglado con los más secretos logros de la cosmética. No es el hermoso nazareno vestido de blanco impecable con la túnica y el manto llevados a la última moda de la juventud romana de entonces. No. El Cristo Kazantzakiano es primero que todo un hombre tan inocente de su futuro y de su misión como el más humilde hijo de vecina. Es un hombre joven, de rostro hermoso sí, pero con hermosura de selva inculta, sin afeites ni composturas. El Cristo de Kazantzaki no es tampoco ese licor meloso, destilado en los alambiques de los monasterios y que los religiosos sirven a sus novicios para reconfortarlos y sostenerlos en la lucha contra el mal... No es ese espectro de fortaleza respetado por la horda de las pasiones bajas que se propone como la quintaesencia de la castidad y toda esa secuela de fantasmagorías que algunos han dado en llamar virtudes. Cristo para Kazantzaki es un hombre tentado como cualquier hombre y armado con las mismas armas para combatir la tentación. Su Cristo no devuelve la tentación apenas la ve venir a lo lejos, ni sale corriendo de huída sino que la espera, la siente, la palpa, la acaricia entre sus manos y luego la separa de si desgarrándose el alma y las entrañas.
Cristo para Kazantzaki no es el hijo muy querido mimado del padre que vive asomado a las ventanas del cielo haciéndole guiños y enviándole ángeles con pruebas de amor. Es el atormentado por el Padre, el violentado por el Padre que le golpea y fustiga. No es el hijo del Padre sino el enemigo que quiere apropiarse de sus privilegios, que quiere darle muerte para adueñarse de su casa y de sus campos.
El Cristo de Kazantzaki no es un Dios disfrazado de hombre. Es un hombre que quiere ser Dios y no lo sabe con certeza hasta el último momento. Lo que postra al hombre, lo que lo rebaja, lo que lo hace indigno no son los vicios ni las pasiones desbordadas. Es
El cristiano de Kazantzaki aparece de cuerpo entero en “Cristo de nuevo crucificado” su obra más conocida, y se llama Manolios. Manoliios es un joven pastor de unos 17 anos escogido por el pope y los notables de la aldea de Lcovrisi para hacer de Cristo en la representación de
Intempestivamente llegan a Licovrisi unos griegos fugitivos de los turcos conducidos por un pope enjuto llamado Fotis. El pope de Licovrisi, celoso de que el otro pope mengue sus entradas, se opone con toda la fuerza de su astucia y los hambrientos perseguidos tienen que refugiarse entonces en una montaña próxima. Manolios se pone de parte del pope advenedizo porque había comprendido ya que Cristo está de parte de los advenedizos, de los pobres, de los rechazados. Su ejemplo mueve a Michelis, heredero único del primero y más rico notable de la aldea y éste dona a los refugiados de la montaña Sarakina las posesiones que su padre le dejara al morir. El pope Grigoris de al aldea de Licovrisl se opone rotunda· mente y consigue que Michelis sea declarado loco y por tanto, la anulación de su regalo. El pope Fotis, Manolios y sus compañeros acuerdan posesionarse de los campos por la fuerza. Hay un re· ñido combate en el que pierde la vida el maestro, hermano del pope Grigorls. Por esto y por lo que antes había hecho, Manolios es tildado de bolchevique y excomulgado públicamente. La toma de posesión de los campos de Michelis acabó por colmar la medida y el pope Grigoris decidió que Manolios debla morir. Sus feligreses lo secundaron y al fin le dieron muerte en la iglesia cerrada durante la conmemoración de
Para Kazantzaki, cristiano es solamente quien se hace uno con Cristo, quien se vuelve otro Cristo. No acepta los cristianos fabricados en serle con arreglo de un patrón determinado por intérpretes oficiales que se adueñan del privilegio de conocer y poseer la verdadera doctrina y se jactan de que solo su Cristo es bueno, el auténtico. Cristiano es el que busca a Cristo sin ayudas y lo encuentra, se lo apropia y empieza a hacerse como él.
Cristo ha sido monopolizado por grupos que lo han vestido según sus caprichos y convenien cias. Kazantzaki no acepta esto y se rebela como Manolios. Manolios desenmascara el Cristo del pope Grigoris y muestra en su persona la verdadera efigie. Por eso muere. Por eso Cristo es cada instante de nuevo crucificado entre quienes lo conocen pero no le aceptan como es, sino como ellos quieren que sea.
Kazantzaki regresa del cristianismo con un Cristo y un cristianismo nuevos; con lo más humano del cristianismo, con un cristianismo desbrozado de malezas teológicas e interpretaciones acomodaticias. Pero no se queda allí; del cristianismo parte hacia el budismo, se siente fuertemente atraído por la quietud y la paz extática que emana del rostro de Gautama, e inicia entonces su peregrinación al nirvana prometedor. De su inmersión en Buda nació, “EI jardín de las rocas” que son una especie de “alimentos terrestres” en cuanto al estilo y al propósito, más en cuanto a contenido, de una profundidad y un poder nutritivos que dejan los alimentos gidianos como simples bocadillos de sabor delicado EI jardín de las rocas contiene la desilusión de Kazantzaki por el aséptico nirvana búdico y las mutilaciones exigidas para la práctica del Tao.
Apenas llegado de Buda, que no obstante haberlo desilusionado, le enseñó muchas y muy valiosas enseñanzas, Kazantzaki arregla sus bártulos y parte con “Toda Raba” hacia el ponderado paraíso soviético, meta señera de las esperanzas proletarias del mundo. Moscú le enseñó su frío y sus fracasos continuados y le arrojó de nuevo a su Itaca con la experiencia enriquecida por otras vivencias.
De la fusión de las experiencias adquiridas a todo lo largo, lo ancho y lo profundo de sus viajes surge su obra grande “Vida y hechos de Alexis Sorba” o simplemente “Alexis el griego”. (Esta no es la última novela de Kazantzaki como se puede deducir de este ensayo, por el contrario, es su primera novela, la que abre la marcha de sus otras producciones geniales en este género. “Alexis el griego” fue escrita en 1943, después de la “Odisea”, inmenso poema en 33.000 versos (1934). “Ascesis”, “El jardín de las rocas” y “Toda Raba” (1929). Lo hemos hecho así por el propósito que nos llevó a borronear estas cuartillas. (3)
Alexis Sorba es el ideal del hombre Kazantzakiano. Difícil sería y por demás inútil tratar de resumir en una cuantas líneas la personalidad épica de Sorba. Es preciso ir a la novela de Kazantzaki y ponerse en contacto con el obrar de este hombre gigantesco para obtener la imagen adecuada de su humanidad.
No obstante, tratemos de precisar quién es el hombre para Kazantzaki en la persona de Alexis Sorba. Sorba es un hombre de unos 50 años, alto, de músculos endurecidos, erguido con la majestad y la fuerza de un roble añoso, el rostro bello marcado por las caricias del tiempo; la frente alta; los labios carnosos, dibujados en un rictus de sensualidad atrevida. Sabe leer, escribir, tañer el santuri y cantar. Además, “sabe hacer de todo”; ninguno de los trabajos que los hombres realizan le es extraño o desconocido. Apenas sí ha leído un libro en su vida y su saber es tan vasto y tan profundo como el del más empedernido coleccionador de “saberes” impresos. Sorba es un hombre que vive intensamente y se entrega por entero a todo lo que hace así sea el amor o una sopa de pescado. No teme a nada ni espera nada; ha ido deshaciéndose de todos sus amores particulares arribar a un amor universal, totalitario. En mujer no ve la vejez, ni la gordura, ni la juventud, ni la belleza. Ve a la mujer con todas sus cualidades y defectos, con toda su necesidad y con toda su hambre que reclama ser satisfecha. A cada instante todo se renueva a sus ojos; nace con el sol todas las mañanas, y como si lo viera todo por primera vez, se entrega a la tarea de nombrarlo estremecido de asombro; nada queda sin admirar: desde la brizna de hierba aderezada con su perla de rocío hasta las constelaciones y los planetas Todos los seres responden presente! A los llamados de su pupila.
Sorba es la síntesis de todos los personajes de la obra kazantzakiana. En él está Manolios, el que debe morir; Miguel, el capetán jabalí, de “Libertad o muerte”; Cristo; Francisco de Asís; Buda; Ulises. De aquí la riqueza insospechable de este personaje extraordinario. Sorba no es solo cuerpo, o solo alma, o solo espíritu. Con él queda anulada la definición aristotélica del animal racional y la cartesiana de cosa pensante. Con él vuelve a tomar cuerpo la visión de Sófocles citada atrás. Con Sorba el hombre deja de estar repartido entre Don Quijote y Sancho. Deja en fin de ser un sombrío universal para convertirse en carne y sangre y deseos y dolores y placeres.
Hemos acompañado a Kazantzaki en su viaje al cristianismo, al budismo y al comunismo y le hemos visto regresar escondiendo algo tras su espalda. Ese algo era Sorba; era el hombre liberado, el hombre sin cadenas. Kazantzaki no es pues ni cristiano, ni budista, ni taoísta, ni comunista. Es Alexis Sorba, humano con la divinidad que entraña la humanidad auténtica y consciente.
Las constantes invectivas de Kazantzaki contra los letrados y los eruditos no significan desprecio ni odio. El mismo era un hombre de letras. Lo que Kazantzaki censura no son las letras y la cultura lo que él pretende destruir con su crítica es la alie- nación de la cultura. Cuando la cultura y las letras se hacen por ellas mismas, sin obedecer a un propósito determinado, a un proyecto de auténtico quehacer humano, se convierten entonces en alienación, en enajenación oscurecedora y asesina. Kazantzaki lucha contra todo lo que enajena al hombre, contra todo lo que lo distrae de su cura, contra todo lo que le despreocupa de la responsabilidad de su ser.
Un compatriota suyo de
La esperanza ciega en algo extrahumano, hace que el hombre se distraiga de su ser, que ponga la vista para su salvación en algo que no es su quehacer. Por eso Kazantzaki, como un nuevo Teseo, se abalanza contra ese minotauro temible blandiendo como espada el grito de “muera la esperanza”. El hombre está solo y desnudo para responder de si y del universo que le rodea. No debe permitir que nada le cubra, que nInguna compañía le distraiga de su tarea. Camina de frente hacia un precipicio y nada debe Interponerse entre él y su destino porque “si el hombre no llega al borde del precipicio, no le crecerán alas en los hombros”. (5).
Hemos titulado este ensayo Nikos Kazantzaki un sacerdote del hombre y ya para concluirlo nos damos cuenta de que no hemos dado razón del título. Han transcurrido veinte siglos de cultura, y no hacemos cuenta de la cultura anterior a Cristo, y el hombre continúa siendo un desconocido para el hombre. Los últimos esfuerzos del pensamiento solo han llegado a determinar, como ya lo anotamos antes, la forma correcta del preguntar por él. y de allí, de profundizar cada vez más en la pregunta, no pasaremos. Porque cuando definamos al hombre, cuando lo hagamos encajar dentro de las líneas de un postulado lógico, habremos dado mate al arte, a la filosofía y a la ciencia. Cuando digamos quién es el hombre y nos detengamos en ese decir, será el fin del mundo que gira en torno del misterio del hambre.
Para Kazantzaki el hombre no es ni Dios ni Demonio. Es Dios y es Demonio a la vez! Es esa totalidad de carne, alma y espíritu que existiendo hace existir cuanto le rodea, “es una frontera; en el acaba la tierra y comienza el cielo”. Es aquel que “si tiene tiempo, puede trabajar el barro de que está hecho y convertirlo en espíritu”. (6), (7). Kazantzaki “hace de la humanidad un misticismo humano” y en la religión del hombre que profe- sa y defiende con tesón Nietzsche es el nuevo profeta, Bergson, Husserl y Heidegger son los teólogos, Whitman es el cantor Inmarcesible y él, Nikos Kazantzaki el más consagrado sacerdote.
En la novela de Kazantzaki no hay derroche de nuevas técnicas, se ciñe a la estructura más sencilla y hermosa que admite el género. Nada de complicadas armazones levantadas con toda la sutileza y las argucias de la ingeniería literaria como en un Robbe-Grlllet. No pretende probar nada, no usa sus personajes como vehículo de propagación de sistemas o de ideas futuristas como en el caso de Sartre y de Huxley, novelista éste último que bien puede llamarse el Julio Verne para los niños de cuarenta anos.
Su estilo, su dicción poética, son de un encanto y una belleza arrobadores. Sus obras contienen luz y paisaje. En Kazantzaki el paisaje no es una cosa aislada y estática, hay una adecuación perfecta entre éste y los personajes que lo viven. Mas no por ello se crea que es una especie de impresionismo. No. El paisaje entra y se ama con el alma del hombre y sale humanizado, se contagia de su estado de ánimo como ocurre en el “Fedro” donde Platón hace que el paisaje viva las profundas emociones del diálogo sobre la belleza.
Hay en las novelas de Kazantzaki escenas de una ternura y una delicadeza conmovedoras. Pero no es ninguna ternura de salón alambicada y perfumada hasta el exceso. Son una ternura y una delicadeza selváticas como la de una pantera con sus cachorros. Sírvanos de ejemplo ésta tomada de “Libertad o muerte” El viejo Sifakas concibe una idea; él que nunca había tomado una pluma, resuelve, ya en la cima de sus cien años, aprender el alfabeto. Llama a su nieto Thrasaki hijo del capetán Miguel para que le enseñe. Sentados los dos en el patio de la casa campestre a la sombra de un olivo anciano se esfuerzan, el abuelo por domar su mano acostumbrada a la azada que rompe un plumero tras otro y el nieto en resistir a la tentación de los collados y los setos. Una tarde el abuelo transportado de gozo llama al nieto para enseñarle el burdo alfabeto que han logrado dibujar sus dedos torpes y después, armados de pintura roja y brochas, salen a escribir sobre las puertas blancas de las casas aldeanas la idea que roía las entrañas del viejo Sifakas: LIBERTAD O MUERTE.
Quizás no se encuentre otro novelista en quien se conjuguen tan bien la densidad y profundidad con la claridad y la sencillez. Después de setenta y dos años de lucha ininterrumpida Kazantzaki se durmió en su apartamento del hospital Foret Noire de París el sábado veintiséis de octubre de 1957. Y digo que Kazantzaki se durmió y no que murió porque Kazantzaki no ha muerto ni morirá mientras quede sobre la tierra quien escuche sus palabras. En él se cumplió esa hermosa y profunda sentencia suya esculpida en “La última tentación”: .solo mueren los que no han tenido tiempo suficiente para ser Inmortales». ¡Él lo tuvo y verdad que lo empleó bien!
NOTAS
1.Sófocles, “Antífona”. Citado por Martín Heidegger en “Introducción a la metafísica”. Trad. Emilio Estiu. Ed. Nova, Bs. Aires 1959. pg.186.
2.Izzet Azis, “Kazantzaki un pleine lumiere”, “Les Nouvelles Litteraires”, París 3 mai 1965, pg.6.
3.Confer; Azis Izzet opus clt.
4.Esquilo, “Prometeo encadenado”, Trad. Fernando Salvatierra. Ed. Ateneo Bs. Aires. 1957. pg. 46.
5.Kazantzaki Nikos, “La última tentación” Trad. Roberto Bixio, Ed. Sur Bs. Aires 1960. pg.45.
6.Kazantzaki Nikos, Opus cit, pg. 309
7.Kazantzaki Nikos, Opus cit. pg. 263
8.Fernando Gutiérrez, Prólogo a las “Obras selectas” de Nikos Kazantzaki. Vol. 1 Ed. Planeta. Barcelona 1960. pg. 29