17/3/08

“La mañana” de José Chalarca

Por Gonzalo Márquez

El desnudo masculino que tuvo su esplendor en el arte clásico griego y que fuera retomado por los artistas del Renacimiento (Miguel Ángel, El Sodoma, Caravaggio...), luego de una errática confiscación moralizante de cinco siglos, encontró algunas veces en la última centuria una profunda manifestación en grandes cultores de la plástica y la fotografía, quienes a pesar de las prohibiciones victorianas que todavía reinan decidieron abrirle su espacio perturbador.

El desgaste del cuerpo femenino bajo la sistemática usanza de la plástica y la publicidad, y la tendencia facilista de gran parte del arte abstracto, o de las instalaciones y performances, son rumbos opuestos al elegido por José Chalarca quien al plantear la opción de un camino pocas veces transitado (donde el cuerpo adolescente es contado en forma ascéptica, desolada y directa), asume lo figurativo sin concesiones hasta llegar al límite de un tema que una sociedad marcada por tabúes no ha dejado de perseguir.

Así, los efebos de su pintura, realizados con colores planos y sin ocultamientos, rompen las reglas impuestas por una sociedad que hace menos de dos décadas todavía se atrevía a prohibir en Estados Unidos la etiqueta de un vino diseñada por un genio como Balthus, a censurar a ¿?? McBride y a perseguir las maravillosas fotografías Robert Mapplethorpe; sólo porque se aventuraron a proponer un erotismo proscrito por una moral despiadada y denigrante.

Por suerte el macartismo y sus sombrías cacerías de brujas ha tenido decadencias y entonces ha sido posible apreciar obras esenciales y transgresoras, que pasando por el Impresionismo (Gustave Courbet...) y el Surrealismo (Max Ernst, Salvador Dalí...) fueron abriendo el camino para que esta pintura de Chalarca, reunida hoy bajo el título de La mañana, haya podido plasmar sus más intensas propuestas, con sus desnudos de adolescentes que pintados en escenarios despojados, a partir de una fuente Expresionista, exploran un universo que todavía tiene mucho que contar.

Los donceles de sus cuadros, se abren en su desolación, en su soledad, sin temor a una conciencia reprobatoria proponiendo la clásica relación griega de la sexualidad.

Este escritor: ensayista, cuentista y gran conocedor del tema del café, quien también a través de la palabra intenta develar sus obsesiones, utiliza en su pintura matices fuertes, simples, puros, inventa atmósferas despojadas donde siempre el protagonista es un muchacho que se encuentra en un punto intermedio, en una tensión erótica; en una íntima exhibición que pareciera estar adentrándose en el espectador, para explicarnos por qué adolescencia viene de la palabra adolecer, carecer de algo. Los colores naranjas, amarillos, verdes, ocres, rojos, caen casi sin mezcla en sus óleos, y los rostros de rasgos austeros esperan ser contemplados en su más profunda desnudez, en la serena actitud de la tristeza, con la convicción de que el erotismo es un acto único, solitario, distante, de la presencia inviolable de un ser en los seductores brazos de la muerte.

Los adolescentes de Chalarca son una crítica a la moral impuesta o a las normas que obligan al artista a pintar según unos cánones sesgados y establecidos por el comercio sin dar oportunidad a otras manifestaciones más comprometedoras y reveladoras del ser. Es la audacia de un artista que acomete sus sueños en la palabra y la pintura, con el propósito de proponer una creación liberadora, directa y sin máscaras. Es un intento por darle al arte un espejo pocas veces usado, el de permitir a que lo masculino deje de ser el ojo para ser el cuerpo, deje de ser el sujeto para ser el objeto, deje de ser el soñador para ser la imagen, abriendo los escenarios de una desnudez que no es pasiva, sino transgresora, activa, y llena de signos.