17/3/08

El ocaso de la civilización occidental



Por José  Chalarca
Con una presentación editorial poco cuidada de Alianza, apareció ya la tercera edición de un libro del Nobel de Literatura 2010, el peruano Mario Vargas Llosa en el que expone las causas, que a su juicio, han convertido la civilización actual, en la civilización del espectáculo.
Insisto en el aspecto formal de la presentación porque, además de la apariencia física del formato, calidad del papel: una cartulina de bajo gramaje  en la carátula que se resquebraja fácilmente con la manipulación precisa, hay descuidos idiomáticos que dejó pasar olímpicamente el corrector de pruebas –si es que en estos tiempos de manejos cibernéticos, aún actúa-, que no van con el dominio del idioma de un escritor de las calidades de Vargas Llosa.
Pese a que muchos de los temas relacionados con el evento objetivo del libro, ya habían sido tratados por varios autores de distintos países en otras oportunidades para advertir sobre la inminencia del colapso de la civilización de occidente, Vargas Llosa tiene el acierto de recogerlos en un contexto con los que él percibe para que el lector menos avisado pueda tomar conciencia cierta de lo que está ocurriendo.
Aunque en las páginas iniciales se ocupa de concretar los contenidos de los términos cultura y civilización con el apoyo de T.S Eliot en su obra “Notas para la definición de cultura”; de George Steiner quien respondió veinte años más tarde a los planteamientos de Eliot y de Lionel Trilling, no queda claro por qué toma la opción de concretar su examen a lo que se engloba bajo el término de civilización.
Lo cierto es que la civilización es la concreción y madurez de una o varias culturas concurrentes y que el objeto de su estudio es la civilización occidental en la que incluye a los países de Asia con alto desarrollo económico como Japón y algunos que empiezan a pisar fuerte en el territorio de los desarrollados y se conocen como emergentes tales China e India y en la contraparte, aunque no lo dice, la civilización del oriente que engloba las culturas modeladas por el Islam y los países que las siguen, así estén en cualquier sitio de la geografía africana.
Luego de este preámbulo y en el capítulo 1º de su libro, Vargas Llosa define el objetivo de su estudio: “¿Qué quiere decir civilización del espectáculo? La de un mundo donde el primer lugar en la tabla de valores vigentes lo ocupa el entretenimiento y donde desvestirse, escapar del aburrimiento, es la pasión universal. Este ideal de vida es perfectamente legítimo, sin duda. Sólo un puritano fanático podría reprochar a los miembros de una sociedad que quieran dar solaz, esparcimiento, humor y diversión a unas vidas encuadradas por lo general en sistemas deprimentes, a veces embrutecedores. Pero convertir esa natural propensión a pasarlo bien en un valor supremo tiene consecuencias inesperadas: la banalización de la cultura, la generalización de la frivolidad y, en el campo de la información que prolifere el periodismo irresponsable de la chismografía y el escándalo”
Entra luego a relacionar las causas, los hechos o las razones que han precipitado a Occidente a generar esa civilización del espectáculo y entre ellas destaca, como las más importantes el desarrollo económico que se dio en la etapa posterior a la Segunda Guerra Mundial que hizo posible el bienestar, que sumado al mayor tiempo para el ocio, fruto del avance tecnológico y que, a su vez, trajo la multiplicación de las empresas de la diversión promovidas estas por la publicidad, “madre y maestra mágica de nuestro tiempo”
A renglón seguido anota como otra causa la democratización de la cultura que pese a la buena intención de sus propulsores, acabó por “trivializar y adocenar” la vida cultural y que en el ánimo de llegar al mayor número de personas sacrificó la calidad a la cantidad lo que trajo como consecuencia el auge de la literatura light y la desaparición de la crítica.
Anota luego que en la civilización de nuestros días desempeñan un papel preponderante la cocina y la moda y los chefs y los modistos han desplazado a los científicos, los compositores y los filósofos. Insiste luego en que el vacío que deja la desaparición de la crítica lo llena la publicidad que ha llegado a convertirse en un “vector determinante”
Recalca que ese estado de cosas impulsó la “exaltación de la música hasta convertirla en el signo de identidad” de los jóvenes del mundo entero.
En relación con el incremento y extensión del consumo de drogas alucinógenas anota que “en nuestros días el consumo de marihuana, cocaína, etc., responde a un entorno cultural que empuja a hombres y mujeres a la búsqueda de placeres fáciles y rápidos, que los inmunicen contra la preocupación y la responsabilidad”
Alude luego al aparente dominio del laicismo sobre las religiones que solo ocurre en las estadísticas porque en la realidad lo que se da es que al tiempo que muchos renunciaban a las iglesias tradicionales, proliferaron las sectas, los cultos, las iglesias de garaje y se responde que la razón de este incremento  es que solo sectores muy reducidos de seres humanos pueden prescindir por entero de la religión.
También destaca entre las causas que originaron la civilización del espectáculo, el eclipse del intelectual que hasta hace poco cumplía un papel importante en la vida de las naciones.
Dado el protagonismo exagerado de la imagen en los últimos tiempos que corren “las artes plásticas se adelantaron en sentar las bases de la cultura del espectáculo y propone como iniciador al pintor francés Marcel Duchamp quien con sus actitudes y desplantes condujo a que en los días de ahora “lo que se espera de las artes no es el talento, ni la destreza, sino la pose y el escándalo que resultan ser la adopción de un nuevo conformismo”
Según Vargas Llosa en la civilización del espectáculo también se ha banalizado la política. El sexo, en virtud de la liberación sexual ha sufrido grandes transformaciones. Sostiene que el erotismo ha desaparecido a la par de la crítica y la alta cultura.
Se refiere luego al papel del periodismo en la proyección de la civilización del espectáculo y con relación a las llamadas revistas del corazón –la hispana Hola como prototipo-, y las demás de su género en todos los países e idiomas son “los productos periodísticos más genuinos de la civilización del espectáculo”.
Creo que en lo que hace a las revistas del corazón y al periodismo en general, Vargas Llosa se queda corto. Las revistas en sus incursiones en la vida privada de los notables y los periódicos en el enfoque de la noticia tienen, a mi juicio, una gran responsabilidad en el desmoronamiento de la civilización occidental. Para unas solo es noticia la aventura de alcoba del actor o actriz de cine o televisión, el político de alto rango, el ejecutivo de las empresas multinacionales, el deportista de alta competición y para los otros solo son noticias de interés y acreedoras al mayor despliegue las de asesinatos y crímenes, accidentes trágicos con víctimas mortales que se cuenten por centenares, los desastres naturales que producen enormes daños a la infraestructura física y voluminosas cantidades de muertos; también las salidas en falso de gobernantes o personas con alguna notoriedad social y en esto último se ha llegado a los mayores extremos: muchos medios tienen sus propios cuerpos de inteligencia que persiguen sus objetivos y documentan sus actividades con fotografías y videos y cuando consideran que el escándalo está a punto, aparecen como pirañas y no sólo hacen pública la acción sino que instruyen la causa, acusan, detienen, juzgan y condenan en el término de la distancia. Sobre este despropósito anota Vargas Llosa: “El periodismo escandaloso es un perverso hijo de la cultura de la libertad…” y según se colige de las anotaciones posteriores contra él no se puede hacer nada porque resultaría peor el remedio que la enfermedad.
En el capítulo sobre la desaparición del erotismo que inicia con la exposición de una propuesta de educación sexual en una escuela española que se condensa en una cartilla o manual para enseñar a los niños y niñas prepúberes las mejores técnicas de masturbación y sigue en líneas generales a los del tema encabezados por Bataille a cuyos planteamientos añade reflexiones de su propia acuñación y al que añadimos nosotros que el erotismo es la metafísica del amor, que sin él la relación sexual pierde encanto y trascendencia.
En el apartado que Vargas Llosa dedica a estudiar el papel de la religión –y para el caso de la civilización occidental es una sola, la cristiana con sus múltiples ramificaciones-, anota que “los hombres se empeñan en creer en Dios porque no confían en sí mismos y la historia nos demuestra que no les falta razón pues hasta ahora no hemos demostrado ser confiables” Eso es válido, pero en el fondo las razones son otras: hay que buscar y, más que buscar, tener a quien echarle la culpa y a quién recurrir cuando todo falla; alguien que garantice un sitio en el cual seguir  después de la muerte porque nadie se resigna a que todo acabe con ella siendo la vida tan buena como es, no importa las condiciones en que se desarrolle.
Como buen político, Vargas Llosa no vacila en afirmar: “La preservación del secularismo es requisito indispensable para la supervivencia y perfeccionamiento de la democracia… catolicismo y protestantismo redujeron su intolerancia y aceptaron coexistir con otras religiones no porque su doctrina fuera menos totalizadora e intolerante que la del Islam, sino forzados por las circunstancias que la obligaron a adaptarse a las costumbres democráticas. Mientras la religión se mantenga en el ámbito privado no es un peligro para la cultura democrática sino más bien su cimiento y complemento indispensable…”
 ¿En qué asteroide vive don Mario? Acaso en su país de origen, en los del resto de la América Hispana y en todos los de filiación cristiana, la religión no está siempre en estrecho maridaje con el estado disque para procurar unos, el estado manejado por los políticos el bienestar material y otros, las iglesias, la vida eterna después de la muerte a los pueblos que mandan?
Lo que Vargas Llosa ha escrito hasta este punto de su libro para elucidar las razones que le dan fundamento a la civilización del espectáculo es válido y esclarecedor pero no suficiente. Leamos lo que escribe en la página 181: “De otro lado en las tareas creativas y, digamos, imprácticas, el capitalismo provoca una confusión total entre precio y valor en la que este último sale siempre perdiendo, algo que, a la corta o a la larga, conduce a esa degradación de la cultura y el espíritu que es la civilización del espectáculo. El mercado libre fija los precios de los productos en función de la oferta y la demanda, lo que ha hecho que en casi todas partes, incluidas las sociedades más cultas, obras literarias y artísticas de altísimo valor quedan disminuidas y arrinconadas debido a su dificultad y exigencia de una cierta formación intelectual y de una sensibilidad aguzada para ser cabalmente apreciadas. La contrapartida es que, cuando el gusto del gran público determina el valor de un producto cultural, es inevitable que, en muchísimos casos escritores, pensadores y artistas mediocres o nulos, pero vistosos y pirotécnicos, diestros en la publicidad y la autopromoción o que halagan con destreza los peores instintos del público, alcancen altísimas cotas de popularidad y le parezcan a la inculta mayoría los mejores y sus obras sean  las más cotizadas y divulgadas.”
Es decir, se cambió el valor por el precio con lo que todos los productos del arte y de las actividades humanas más nobles y desinteresadas como la práctica del deporte se convirtieron en objetos de comercio, transables al vaivén de la oferta y la demanda en el mercado libre de la totalidad del mundo de hoy.
El valor, que es intrínseco y condición esencial en los productos del espíritu humano ya no cuenta. Lo que importa es el precio que se mueve al ritmo de la actividad mercantilista y la conducta consumista promovida por la publicidad que está llevando la economía global a una catástrofe de la que tal vez no hay retorno.
Vargas Llosa no indaga entre las fuentes donde abreva la “civilización del espectáculo” por el infausto momento en que el dinero se convirtió en el valor único, en el ingrediente insustituible de la felicidad y tasador absoluto de la actividad humana y el consumo de bienes y servicios como primero y absoluto valor de la economía con lo que el hombre de la segunda mitad del Siglo XX pasó de ser animal racional a sujeto que consume.
Tal vez en ningún momento de la historia de la humanidad el hombre, los hombres han estado tan anonadados como los que hemos vivido durante los últimos cincuenta años del Siglo XX y la primera década del Siglo XXI. Después de haber visto correr los ríos de sangre que surcaron las tierras de Rusia con el surgimiento e imposición del comunismo y la economía socialista que proponía la abolición del capitalismo para crear el imperio de la igualdad y la justicia social bajo la conducción de la clase obrera, luego de varios fracasos estruendosos, surge el movimiento de la Perestroika que asume la derrota del socialismo y se vio entonces cómo los dirigentes que manejaron el capitalismo de estado se convirtieron, al lado de los ricos de siempre, en los protagonistas y propulsores de un neocapitalismo tan salvaje, o más, que el que trataron de combatir los soñadores socialistas.
Los hombres de hoy no tenemos para dónde mirar ni una tabla o salvavidas que nos permita superar el naufragio de la economía global que está haciendo aguas por los cuatro costados.

La economía de mercado en la que se mueven todos los países del mundo actual, con muy escasas excepciones, está al borde del colapso. Especialistas y profanos se reúnen al final del día en las distintas horas del globo pendientes de los movimientos de bolsa que direccionan la actividad de las empresas los unos para mover las acciones de industrias y negocios de todos los órdenes y los otros para calcular las repercusiones que los movimientos a la baja de los indicadores causarán en sus expectativas de supervivencia.
En “La civilización del espectáculo” Vargas Llosa realiza un amplio inventario de las causas, las razones, las circunstancias que le dieron nacimiento y un pronóstico sombrío de lo que le espera a la población del mundo en el mediano futuro, pero no se percibe ningún intento de comprenderla, no aporta ninguna fórmula que amortice su choque ni tampoco propone maneras de asumirla y sacarle el mejor provecho.
Aunque parezca una verdad de Perogrullo, el hecho contundente es que los de ahora son otros tiempos que han venido imponiéndose desde Mayo de 1968 en las calles de París y son los tiempos del afuera en los que las reformas políticas y los cambios sociales se salieron de los Parlamentos del mundo y los asumieron la opinión pública y la indefinible pero poderosa sociedad civil.
Que desde ese año comenzó a imponerse el afuera y así la música salió del estudio o la habitación del compositor y se volvió elemento de dominio absoluto de los jóvenes que la difundieron desde escenarios abiertos –los campos de Woodstock- frente a públicos multitudinarios que seguramente no hubieran querido para sí ni Mozart ni Beethoven y se ha convertido en el pan de cada, día que nacen y desaparecen consumidas por unos auditorios insaciables que devora canciones con apetito apocalíptico y, así mismo, crea y destruye glorias en cuestión de días o de horas.
Han surgido y se han impuesto los géneros musicales llamados urbanos como el hip-hop y el rapeo con unos poetas que no han tenido escuela y hablan con un lenguaje sin censura de los problemas de la sociedad citadina, del amor, de la vida y de la muerte tomados en su realidad escueta.
En estos tiempos del afuera la pintura dejó de lado el caballete, el bastidor, los pinceles y los tubos de óleo, echó mano del aerosol y se apropió de las superficies salvajes en la culata de los edificios o los simples muros que resguardan la menguada intimidad que aún subsiste.
En ellos, también se ha extendido el imperio de la imagen de tal manera que lo que realmente cuenta es aparecer enmarcado siempre dentro de los cánones de la estética que preside cada momento de todos los días. Por eso la proliferación de gimnasios, de salas de belleza. De ofertas de mejora de la apariencia exterior con tratamientos quirúrgicos, dietas suplementarias. Todo entra por los ojos y el desarrollo de la capacidad y la comprensión visual se han convertido en las disciplinas por excelencia.
En este punto de las consideraciones que me ha suscitado la lectura el libro de Vargas Llosa pudiera pensarse que estamos ad portas de la desaparición de lo más precioso que ha logrado la cultura occidental. Pero si digerimos bien estos planteamientos, es necesario concluir que tendremos cultura occidental para rato y que todas las manifestaciones del arte y de la ciencia enriquecidos por los aportes que genere la crisis y los logros positivos de la civilización del entretenimiento, esta se proyectará fortalecida hacia el próximo futuro.