17/3/08

El Biblionavegante



DEL TIEMPO Y SUS FIGURACIONES
Por José Chalarca


Alguien me comentaba luego de leer Los conjurados, que este libro parecía contener el testamento del autor, que seguramente sería el último que cayera de su pluma. En un principio me lo pareció así pero, luego de reflexionar, concluí que el testamento de un escritor son los libros que escribe y que todos y cada uno de ellos, desde el primero siempre son el último porque el postrero en escritura, así como el inicial, resumen el testimonio de unos momentos de su ser, que ya no es en el instante mismo de poner el punto final.
Es bello este libro de Borges; escrito con un lenguaje depurado y simple, dicho con un decir decantado a fuerza de trajinar la palabra.
Aquí, en esta densa relación que no abarca siquiera cien páginas, están tratados todos los temas que han dado sustento al quehacer poético de Borges: el hombre, el ser, el tiempo, la vida, la muerte. Borges abre su libro diciéndonos lo que significa para él el acto de escribir:

Escribir un poema es ensayar una magia menor. El instrumento de esta magia, el lenguaje, es azar misterioso. Nada sabemos de su origen. Sólo sabemos que se ramifica en idiomas y que cada uno de ellos consta de un indefinido y cambiante vocabulario y de una cifra indefinida de posibilidades sintácticas...

Borges trata a la muerte con la confianza de quienes han vivido mucho y a plenitud, sin temor, como si fuera la compañera que ha viajado a su lado por los infinitos caminos que ha recorrido a lo largo de los años.

El alivio que tú y yo sentiremos en el instante que precede a la muerte, cuando la suerte nos desate de la triste costumbre de ser alguien y del peso del universo... Debemos entrar en la muerte como quien entra en una fiesta... Absuelto de las máscaras que he sido, seré en la muerte mi total olvido.

El ser del hombre le tortura; no propiamente el ser, sino la naturaleza última de ese ser, la razón de su destino; la explicación final y concluyente del hecho de que vive y describe una trayectoria sobre la superficie de la tierra; que incuba su entidad en ese vientre sin fronteras que llamamos tiempo y se pierde al fin en la nada del espacio infinito:

La carne olvida sus pesares y sus dichas...

Somos el agua, no el diamante duro,
La que se pierde, no la que reposa.

La memoria no acuña su moneda...

...bien puede ser que nuestra vida breve
sea un reflejo fugaz de lo divino.

Qué habrá soñado el tiempo hasta ahora, que es,
como todos los ahoras, el ápice?

Borges, a sus ochenta y seis años de edad que le han dado ocasión de lecturas infinitas, de experiencias innúmeras; que ha tenido la oportunidad de asaltar la verdad desde varios y distintos puntos de abordaje, busca aún la sabiduría.
Sabe, al cabo de tantas horas de sentirse existiendo, la imposibilidad de cualquier posesión y concluido que “sólo el que ha muerto es nuestro, sólo es nuestro lo que perdimos... No hay otros paraísos que los paraísos perdidos”.
Borges, el eterno Borges, ciudadano del mundo, ha sido, desde los comienzos de su actividad como escritor, un eterno enamorado de la belleza. Es la belleza el resorte que ha impulsado su pluma, el motivo que ha inspirado sus más logradas creaciones:

Al cabo de los años he observado que la belleza, como la felicidad es frecuente. No pasa un día en que no estemos, un instante, en el paraíso. No hay poeta, por mediocre que sea, que no haya escrito el mejor verso de la literatura, pero también los más desdichados. La belleza no es privilegio de unos cuantos nombres ilustres...

Borges es uno de los más grandes poetas que escribieron en castellano y la poesía reunida en Los conjurados, contiene quinta esenciado, lo más logrado de su producción poética.

(El Biblionavegante. Común Presencia Editores, 2014)